En este siglo XXI donde el engaño, la mentira, las falsas noticias, la masacre de defensores de derechos humanos, el encubrimiento, el asesinato de mujeres y cuando la ley parecía ser solamente para los de ruana, salta a la primera plana la captura de un individuo que cometió el más alevoso feminicidio, cuando ni siquiera existía la palabra y cuando las mujeres nos creíamos seguras si el hombre que nos invitaba a salir se presentaba ante nuestros padres, solicitaba permiso y prometía regresarnos en el horario convenido.
El primero de enero de 1994 despertó la ciudad en auténtica conmoción, dolor y rabia: una chiquilla de 18 años fue invitada a una fiesta de despedida del año que tendría lugar en casa de una familia Malkum, por el joven Jaime Saade Cormane. Martín Mestre y Nancy Vargas, los padres de Nancy, autorizaron su salida ante la caballerosidad y decencia del parejo sin soñar que era la última vez que la verían con vida. Nancy Mestre Vargas fue ultrajada, golpeada, mordida, violada y abaleada en un apartamento del norte de la ciudad, por más de un atacante. Luego fue tirada en un solar, aún con vida, pero el abogado defensor de los canallas (al que le dieron planazos en las tapas por otra causa) ordenó recogerla y llevarla de nuevo al sitio del crimen, que ya había sido lavado y ordenado.
De Saade Cormane se supo enseguida que había huido hacia Brasil y quedó en el ambiente la duda de quiénes eran los otros dos donantes de semen encontrado en la autopsia de Nancy: se dijeron nombres, se señalaron compinches, pero la pena cayó exclusivamente sobre quien debía regresarla a casa, sana y salva, antes de tres de la mañana. Fue condenado a 27 años por violación y asesinato. La mayoría olvidó el caso con el paso de los años y con nuevos horrores cometidos contra mujeres por el simple hecho de su género; solo Martín y Nancy se mantuvieron firmes buscando al asesino de su hija, pidiendo ayuda a todos los servicios de investigación del mundo y en especial a Interpol en Brasil, porque siempre se supo que allá estaba radicado.
25 años más tarde el hábil criminal deja por descuido una huella digital en un vaso y al mejor estilo de CSI, Interpol compara con los registros que poseía y, ¡eureka!, fue pillado, detenido y encarcelado para descubrir los investigadores que tiene prontuario en ese país por identidad falsa. Abrazo muy apretado a estos héroes de la justicia de Interpol y a Martin, Nancy y Martin junior porque ahora sí podrán vivir en paz, recomenzar lo que se detuvo ese triste primero de enero de 1994 y resucitar del mundo del sufrimiento y la impotencia como una familia nueva sabiendo que su hija Nancy también queda en paz y siempre estará presente entre ellos, pero como era cuando estaba viva, una chiquita feliz, sonriente y alegre. Yo he vuelto a creer en la justicia: cierto que tarda, pero llega.
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