La poesía de los utensilios domésticos
Toman vida propia y son capaces de actuar por sí mismos.
La literatura, como se sabe, ha edificado, y sigue haciéndolo, un universo imaginario que es casi tan vasto como el mundo real. Los seres que allí existen, los hechos que allí suceden tienen la misma vivacidad que las personas y los acontecimientos que pueblan la historia. Pero, además de ello, la literatura tiene la curiosísima particularidad de crear también autores, obras, libros igualmente imaginarios, ficticios.
A esa biblioteca apócrifa cuyos títulos sólo existen en las páginas de otros libros pertenece la ponencia o conferencia con que el narrador del cuento “La luz es como el agua”, de García Márquez, participa en un “seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos”. Es una lástima que no podamos conocer siquiera un fragmento de ese documento, no digamos ya un resumen completo de él como el que, por ejemplo, nos ofrece Borges de la inexistente novela “El acercamiento a Almotásim” del inexistente escritor indio Mir Bahadur Alí, en el cuento homónimo que el argentino escribió en 1935 y que hace parte de su libro Ficciones (1944).
Sin embargo, hay pistas que permiten hacernos a una idea sobre cómo se aborda en dicha ponencia o conferencia el tema del mencionado seminario. Para empezar, el narrador de “La luz es como el agua” nos explica que sus dos pequeños hijos se obstinan en que les regalen un bote de remos –lo cual les parece absurdo a él y a su mujer, pues viven en el quinto piso de un edificio en Madrid– a causa de que, cuando uno de los chicos le pregunta “cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón”, él le contesta: “La luz es como el agua: uno abre el grifo, y sale”. Y dice que tal respuesta fue una “ligereza” inspirada por su participación por aquellos días en el evento académico de marras.
De ello se infiere que la poeticidad de los objetos domésticos de que se habla en ese seminario no es exactamente la misma que suele plantear la crítica literaria, esto es, esa cualidad de los objetos de adquirir de pronto una faceta reveladora de significaciones más profundas, y que no es sino el resultado de la visión singular con que el poeta los mira. No: en el cuento de García Márquez, parece que la poesía de los objetos radica en que las analogías y metáforas que se formulan sobre ellos no sólo tienen efecto en el plano del discurso, sino también en el plano mismo de lo real. Así, “la luz es como el agua” no es una simple figura literaria, sino que real y objetivamente la luz se comporta como el agua y adquiere las mismas propiedades de ésta; de ahí que los niños puedan navegar en la luz e incluso acaben ahogándose en ella.
Otra pista que brinda el cuento es la siguiente: “Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina”. Se refiere al momento en que, inundado ya todo el apartamento por el desbordamiento de la luz, todos los enseres flotan en el aire “a distintos niveles”: el sofá, los sillones, las botellas del bar, el piano de cola, los cepillos de dientes, los pomos de cremas, el televisor. Ello, creo, confirma mi interpretación: la poeticidad de los objetos consiste en que toman vida propia y son capaces de actuar por sí mismos; responden no ya a las leyes de la naturaleza, sino a las de la magia.
Esta condición poético-mágica de las cosas ya la había expresado el autor del cuento –cuyo narrador, según todo indica, es un trasunto de él– en otro texto, Brindis por la poesía, en el cual señala que esta última es “esa energía secreta de la vida cotidiana” que “cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos”, y posee, además, “virtudes de adivinación”.
En fin, tal como lo habría expuesto García Márquez en el seminario imaginario, la relación entre la poesía y los utensilios domésticos apuntaría a que éstos sucumben bajo el hechizo de aquélla y, en tal estado, ya no actúan en la órbita de la rutina, sino en la del prodigio.
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