¡Qué mejor, en Semana Santa que volver a escuchar La pasión según San Mateo, de Juan Sebastián Bach! Para mí siempre plena de recuerdos y emociones. De joven estudiante, en Hamburgo, pude oírla tres veces, ofrecida por diferentes orquestas y coros alemanes de excelsa calidad e imponente ejecución. En otra ocasión quedé estremecido al oírla cantada en lengua flamenca en Amberes, esa ciudad tan querida con su catedral de encaje y sus inolvidables cuadros de Rubens, tan vívidos en la representación del ‘Ascenso a la Cruz’ y del ‘Descenso de la Cruz’. Allí se me hacía que los acentos de la Pasión eran de mayor hondura. No solo porque el idioma de Flandes parecía prestarse mejor a una versión más cálida, más humana, sino tal vez también por mi estado de ánimo, desesperado ante la barbarie que entonces alzaba la cabeza y las garras en casi todo Europa (perdóneseme que no tenga, como otros, más afortunados, el pudor ni el arte preciso para ocultar mi propio sentir. Ni self control… Mis avatares y mis tristezas aparecen a menudo a flor de labios. A veces también a flor de ojos).

Más recientemente. Ya en el ‘Continente de la Esperanza’, nunca dejé de oír la misma pasión. Siempre que, por casualidad, entre la música mal llamada ‘Clásica’, hecha mayormente de valses y trozos de óperas, operetas y zarzuelas, cuando no de vallenatos –que algunos, con plenos derechos propios, consideran como música culta–, se deslizaban en ciertas emisiones radiales de Semana Santa unos pasajes de la monumental obra de Bach. O, cuando era buena la suerte, hasta la obra entera. Lo más curioso es que unos discos de marca ‘Westminster’, adquiridos en DARO, cuando en Barranquilla se contaba todavía con un almacén de la Calle de San Blas, que ofrecía grabaciones de música culta, gracias a Don Rafael, tras haber sido limpiados con singular cariño, quedaron como nuevos. Y me están regalando en estos momentos una espléndida versión dirigida por Hermann Scherchen, como si la oyera por primera vez.

Muchos son los factores que están influyendo en mi ánimo para gozar de modo especial e indefinible de esta música tan punzante y a la vez tan serena, consoladora. A los recuerdos y añoranzas entrañables, se agregan los múltiples golpes recibidos en los últimos tiempos, y, sin duda, lo ocurrido en Popayán, en pleno Jueves Santo, donde – dicho sea de paso– se salvaron de milagro Blanca Uribe y Harold Martina, con quienes acabo de hablar por teléfono. (Aunque, por otra parte, sigue con obstinado escozor la inquietud acerca de un excelente amigo payanés, con quien no me ha sido posible comunicarme aún). Lo cierto es que, sea por el motivo que fuere, nunca me he sentido tan conmovido como ahora por esta pasión. Para cuya ilustración, entre las muchas obras pictóricas existentes –no pocas artificialmente edulcoradas hasta la escandalosa desfiguración–, ninguna me parece más fiel, digna y diciente, que la de Mathias Grünewald (1460-1528), en su Retablo de Isenheim, conservada en el Museo de Unterlinden, de Colmar. Por esto se publica en este ‘rincón’, pues coinciden plenamente con una de las más bellas estrofas de la pasión: “O Haupt voll Blut und Wunden, o Herz Du voller Pein!” (¡Oh testa llena de sangre y llagas, oh alma plena de pena!).