Neoliberalismo es la muletilla de estos tiempos, es el comodín con el que simplificamos una realidad compleja y peor aún, es la excusa perfecta y el insulto de algunos políticos que carecen de un buen diagnóstico o de una propuesta concreta. A usted que me lee, quiero invitarlo a reflexionar en dos asuntos: el primero, ¿qué tienen en común Noruega, Nueva Zelanda, Australia, Suiza o Dinamarca? y el segundo, ¿por qué todos quieren emigrar a esos países si son tan liberales? 

La respuesta al primer interrogante podemos leerla desde dos miradas: una identitaria o una institucional. La identitaria destacaría que en tales países la población está mayoritariamente fuera de los estereotipos de pobreza y, por tanto, cuentan con “privilegios” naturales o no tienen que lidiar con discusiones derivadas de discriminaciones -para mí, una visión errada y carente-; sin embargo, sería incapaz de explicar por qué otros países con similares características demográficas no tienen su calidad de vida. Una lectura alternativa es la institucional: son naciones que han entendido que sin libertad económica es imposible que haya desarrollo, son culturas que han aprendido (a las malas) que la primera minoría que hay que respetar es el individuo y, sobre todo, han superado el pensamiento mágico de creer que las buenas intenciones son suficientes, o que el Estado es la respuesta a todos los males. Para ponerles un ejemplo, en Suecia, ese país que erróneamente muchos creen que es socialista, no hay un salario mínimo, no hay compensación por despido y distante a lo que muchos creen, las relaciones con el sector empresarial son un modelo para el mundo.

El liberalismo, como pensamiento político, económico y filosófico, defiende solo tres derechos fundamentales: la vida, sin la cual no existen los demás, la libertad para perseguir los proyectos personales, sin atentar contra terceros y; la propiedad privada, que comienza con el cuerpo y la mente como primera propiedad y se extiende a cualquier bien material. El liberalismo entiende que el ser humano está lleno de complejidades y contradicciones y por ello, reconoce que hay altruismo en las relaciones de los individuos, así como también hay egoísmo que puede ser encaminado en favor de la sociedad, tal como fue dicho en el pasado “no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero que tenemos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses”. Dicho en otras palabras, la innovación, la capacidad creativa y el emprendimiento sólo pueden germinar cuando hay libertad para hacerlo y cuando hay garantías de un respeto irrestricto a la propiedad. Los países que he mencionado no solo lideran los índices de calidad de vida, también lideran los rankings de libertad económica, de asociaciones voluntarias (ONG, fundaciones) y dicho sea de paso, son los más ecológicos, los más amigables para las mujeres, niños y población LGTBI, ¿por qué? Porque creen y defienden al individuo.

Con renovada frecuencia he escuchado en los últimos meses “es culpa del neoliberalismo” y cuando pregunto, qué es o cuál es el antídoto a los males denunciados la respuesta siempre es: el Estado. Ante tales argumentos les digo: el tamaño y calidad del Estado es proporcional a la ética de sus individuos. Curiosamente, los nostálgicos del Estatismo colosal olvidan que nunca se ha hecho fila para entrar a Estados con tales características y la prueba de ello, son los flujos migratorios de las últimas décadas.

@KDIARTTPOMBO