Las estatuas nos cuestionan
Los protestantes aseguran que deben ser derribadas, pues lejos de ser símbolos de lo positivo, son referentes del aspecto negativo de las sociedades norteamericana y británica.
Las estatuas y monumentos - se supone-, representan valores o personajes admirados que los emanan. Pero el emblemático toro de Wall Street, con el que tantos se han tomado fotografías al visitar New York, está hoy custodiado por un cinturón de policías ya que manifestantes acechan con destruirlo. Y la escultura de Winston Churchill en pleno Parliament Square en Londres, corre el mismo peligro.
Los protestantes aseguran que deben ser derribadas, pues lejos de ser símbolos de lo positivo, son referentes del aspecto negativo de las sociedades norteamericana y británica. Dicho sea de paso, no son los únicos casos mundiales, el malestar se replica en todos los continentes. Incluso, en su momento de mayor popularidad, me atrevería a decir que mundial, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha ordenado retirar estatuas de los capitanes británicos que en algún momento los hicieron colonia.
No lo puedo negar, es una decisión coherente, sin embargo, ello no quiere decir que sea la correcta. Volver a escribir la historia puede ser sumamente peligroso. Negar el racismo y machismo que perpetuaban los líderes del ayer, no hará que sus actuaciones cambien, porque el pasado es como fue. En lo personal, quienes me conocen, saben de mi desbordada admiración hacia Churchill, sí, yo la feminista, admiro profundamente a ese ser cargado de errores y contradicciones. Estoy convencida de lo mucho que le debemos como humanidad. Así como sé, que no hay dirigente sin claroscuros.
Es que los políticos de talla, los estadistas, también son humanos, y unos muy particulares pues persiguen el poder. Así que son ambiciosos y sin estomago. No quiero idealizar sus cualidades negativas, pero obviarlas no hará que desaparezcan. A pesar de todo, son los hombres y mujeres que nos empujaron al cambio. Porque no crean que “ellas” se escapan, Tatcher tampoco era monedita de oro. La historia hay que defenderla, y estos símbolos nos recuerdan lo bueno y lo malo que nos ha regido como civilización.
Si se observa la alocución presidencial de Emmanuel Macron, tal vez sea más fácil comprender lo que aquí escribo. El francés enérgicamente señala que repudia el fascismo, el racismo y el machismo; pero que lo que los ha convertido en república no puede ser alterado y esas estatuas están allí para hacerlo eterno. Ahora bien, las sociedades han evolucionado y con ellas sus dirigentes.
Hoy son mejores, en todos los aspectos -aunque con un dejo nostálgico a veces creamos que todo tiempo pasado fue mejor-. Hoy se les exige a los líderes atributos que antes no, y se les llama a cuenta por acciones que antes no. Eso está bien. Es la prueba irrefutable de nuestro progreso. Pero negar lo que fuimos y a quienes admiramos, no nos hará mejores; querer olvidarlo, en cambio, nos puede hacer peores.
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