Boris Johnson llegó a ser Primer Ministro de Reino Unido, en medio del gran debate que la salida de la Unión Europea suponía. Él de hecho, era uno de sus grandes impulsores, líder de la campaña que llevó a dicha decisión en las urnas. A propósito de dicha acción, hoy algunos se lamentan e incluso se excusan en que no conocían las consecuencias que no hacer parte de la comunidad europea traería, pero eso es otra cuestión que no tocaré en esta columna. Sin embargo lo cierto es que el estrafalario hombre, que pintaba como el Donald Trump del viejo continente, menos mal, no ha resultado tal.
Sí, es verdad, el dirigente comenzó el 2020 casi mofándose del virus, la covid 19 le parecía que iba a ser algo anecdótico – ¡qué equivocado estaba! -; se presentaba en hospitales sin mascarilla, e invitaba a continuar la vida productiva y social de manera normal con la única condición de lavarse las manos. Repetía en cada entrevista que en Reino Unido, a pesar del SARS 2, todo seguiría “BAU”: Business as usual.
Sin embargo, el desparpajo y hasta negligencia con la que manejaba lo que ya se anticipaba globalmente como una crisis sanitaria sin precedentes, tuvo un punto de inflexión. ¿Cuál?, pues el mismo Johnson contraería el virus, su salud personal se vería gravemente afectada y pasaría varios días en UCI, ese episodio consiguió lo que parecía imposible: que el mandatario comprendiera los momentos alarmantes que se avecinaban para la humanidad. A partir de allí, podemos hablar de un Boris diferente, mucho más sensato y menos controversial. Ha tomado medidas implacables para proteger el servicio nacional de salud a pesar de la desfavorabilidad que le han supuesto. Y parece, genuinamente preocupado por salvaguardar vidas y buscar un real balance con el sostenimiento de la economía. Tarea nada fácil a la que se enfrentan hoy todos los gobernantes del planeta.
Esto me lleva a pensar a que nos equivocamos con él, yo misma me reconozco entre las desacertadas, a pesar de que su epifanía o momento de transformación lo sufrió durante su propio padecimiento de covid, también es verdad que la mayoría de los paralelos iniciales que le quisimos imponer desde la opinión publica estaban errados. Posiblemente en lo único que se parezca a Trump es en su rubia melena y en que les gusta la polémica. Pues hay un rasgo absolutamente diferenciador entre ellos: la experiencia administrando lo público. El inglés, a diferencia del estadounidense, fue 8 años alcalde de una ciudad tan compleja como Londres y perteneció al gabinete de Teresa May con quien terminaría con relaciones rotas. Pero estamos hablado de un político de carrera, no de un principiante.
Este texto no es en absoluto uno de halago para el pintoresco personaje, para nada, sigo estando en desacuerdo con muchas de sus posturas actuales y pasadas; pero eso no evita que realice una reflexión sobre cómo desde los medios muchas veces nos casamos con ideas en la búsqueda de etiquetar a los actores públicos y en ocasiones, no atinamos.
@KathyDatos