Como los niños, desde enero anhelo nuevamente fin de año para gozar la ciudad llena de luces multicolores y arbolitos navideños por doquier; escuchar villancicos, compartir las novenas con hijos y nietos, festejar velitas, Nochebuena y fin de año, y vivir esa alegría colectiva que embarga los corazones.
La celebración de la Nochebuena, relacionada con el cristianismo, pero cuyo origen se asocia a unas fiestas que datan del año 45 a.C en honor al Sol Invicto (por el solsticio de invierno) y al dios Saturno, en Roma, en las que se acostumbraba al intercambio de regalos, ha trascendido centurias, creencias religiosas e ideologías, precisamente, por girar alrededor del amor y el acercamiento familiar.
Hoy, disfrutemos con los seres queridos y la gente más cercana, alrededor de la mesa dispuesta con hayacas, pasteles, pavo, buñuelos o sancocho, o lo que tengamos a disposición de esos platillos tradicionales preparados en casa con tanta dedicación y amor; gocemos nuestra alegre música vernácula y luego, en la madrugada, vivamos ese lindo momento en el que fungimos de Papá Noel y colocamos los regalos de los niños al pie de sus camas.
Por ello, quiero aprovechar la feliz coincidencia de este espacio editorial semanal con esta fecha tan especial para extender dos invitaciones a mis apreciados lectores: la primera es que, durante estas celebraciones nos desconectemos de los afanes cotidianos y, muy particularmente, de los Smartphones y las tabletas que, si bien facilitan y agilizan nuestras actividades, conectándonos con el mundo exterior, nos aíslan de la realidad que nos rodea y del gozo de sentir el calor humano y la conversación mirándonos a los ojos.
Ya hay familias y establecimientos comerciales que han adoptado la estrategia simple de ubicar una canasta para depositar los celulares durante el tiempo que departen, para propiciar el diálogo y la cercanía interpersonal. Pongámoslo en práctica hoy y gocémonos.
En últimas, no importa cuántas ocasiones podamos compartir con quienes amamos o estimamos, sino que el tiempo con ellos lo disfrutemos a plenitud. Para ello, es fundamental entregarnos completamente al encuentro y la amistad.
La otra propuesta es compartir una comida, regalar un juguete o ayudar, en la medida de las posibilidades personales, a solventar alguna carencia de las personas más necesitadas, y lo ideal sería que esta intención se convierta en un hábito de solidaridad permanente que traspase los límites de la festividad navideña.
El reencuentro con quienes amamos y nos aman, lejos de las agitaciones laborales o de las cotidianas situaciones personales, tiene el atributo esencial de nutrirnos de un gozo imposible de conseguir a través de medios materiales o monetarios. Algo similar ocurre cuando compartimos amistad, brindándole un buen momento a alguien que lo requiera; es probable que produzcamos una especie de reacción en cadena generadora de alegría y, al mismo tiempo, nos permita una felicidad real y duradera. ¡Felices pascuas!
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