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Opinión

Murió un ‘inmortal’

 Los grandes como Diego nunca mueren porque sus logros y valores sobrepasan sus defectos y limitaciones; por ello están destinados a vivir eternamente.

Al escuchar en la mañana del pasado miércoles la triste noticia de la muerte de Diego Armando Maradona, además del enorme pesar que sentí, en mi espíritu fluyeron en cascada bellos recuerdos de mi niñez, de aquellos momentos cuando, de la mano de mi padre y de su primo Toño Rada, entré al mundo de la afición por el fútbol. En mi memoria focalicé tres de esas remembranzas: el 4-4 ante Rusia, con gol de Rada, en el Mundial de Chile de 1962, cuando la sigla de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, CCCP, fue transformada en el imaginario colombiano por la frase “Con Colombia Casi Perdemos”; el viejo estadio Romelio Martínez y las endiabladas fintas de fantasía, la potente izquierda y los maravillosos goles de Diego.

Maradona, con su fútbol y sus virtudes, no solo alegró la vida de los argentinos sino de cientos de millones de aficionados en todo el mundo, sin distinción de clase social o de nacionalidad. Los hinchas del fútbol lo convertimos en nuestro ídolo, gozando, a través de su exuberante talento, de las virtudes lúdicas del deporte rey. Fue un ídolo de ídolos, muestra de ello es que las estrellas de hoy, como Cristiano Ronaldo, Lionel Messi, Ronaldinho Gaúcho y Radamel Falcao García, también lamentan profundamente su muerte.  

“Gracias, Diego”, “Muere Maradona, un dios del fútbol”, “El mundo llora la muerte de Maradona”, “1960 - Infinito”, fueron algunos de los titulares con que los principales medios de comunicación mundiales reflejaron el dolor del pueblo por el deceso de quien fuera uno de los más grandes futbolistas de la historia, criticado por su desordenada vida privada y grandemente ovacionado por su brillantez en la cancha y su solidaridad con los desposeídos. 

Diego Maradona, por su extracción humilde, al haber nacido y crecido en una barriada pobre (Villa Fiorito) de la provincia de Buenos Aires, tenía una profunda identidad popular que nunca, ni con las grandes riquezas que llegó a acumular, varió su esencia.

‘El pelusa’ murió en su ley, sin esconder ni aplacar sus errores y defectos,  compartiendo sus virtudes y habilidades, cultivando de manera permanente su espíritu rebelde y siempre conectado con sus seguidores. Mientras los astros del fútbol del presente pueden parecer simples, sin sabor, sin sal, dedicándose a lucir sus atléticos cuerpos, sus tatuajes, sus mansiones, sus autos de lujo y sus aviones privados, Maradona siempre fue auténtico y, en medio de sus éxitos, mantuvo su cercanía con el pueblo y en los traspiés se levantó y avanzó.

En una nación que vive el fútbol de manera apasionada, los archirrivales equipos Boca Junior y River Plate hoy, abrazados, continúan llorando la muerte de quien consideran su ídolo, casi dios. Como bien lo resumió el técnico Marcelo Bielsa: “La pérdida de un ídolo es una sensación de debilidad y tristeza para todos sus admiradores”.

Se nos fue un inmortal. Los grandes como Diego nunca mueren porque sus logros y valores sobrepasan sus defectos y limitaciones; por ello están destinados a vivir eternamente.

rector@unisimonbolivar.edu.co

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