
El Joe en Barranquilla se quedó
El Joe fue un genio musical autodidacta, que transpiraba creatividad, costumbrismo, crítica social y folclor.
La música que nos legó Joe Arroyo siempre nos llegará al alma y nos llenará de alegría y júbilo. No se puede permanecer impasible cuando suenan Rebelión, Noche de Arreboles, Tania o Yamulemao. La prolífica producción de este cartagenero de nacimiento y barranquillero por adopción está arraigada en la cultura colombiana, es altamente valorada y cuenta, incluso, con alto reconocimiento internacional.
El Joe fue un genio musical autodidacta, que transpiraba creatividad, costumbrismo, crítica social y folclor. Logró fusionar maravillosamente la salsa, la cumbia, el chandé, el reggae y la socca, creando esa identidad propia que acompasaba con la clave, su compañera fiel, y que lo convirtió en juglar de la música tropical con la que traspasó fronteras, definiéndosele como El Sonero de América. También exploró e investigó las raíces musicales africanas y las plasmó en la mayoría de sus creaciones musicales. Se inició con Fruko, luego alternó con otras orquestas hasta crear una propia, ‘La Verdad’, con la que grabó 23 álbumes, todos exitosos. Lo inspiraron los acontecimientos sencillos de la vida cotidiana, la naturaleza, el amor, la mujer, la vida noctámbula, la esclavitud y el maltrato social.
Pero hoy, a nueve años de su muerte, quiero destacar, además de ese cantante, músico y compositor incomparable, al ser humano con sus virtudes y limitaciones. Fue una persona con una extrema sensibilidad que se conmovía con las necesidades de los demás, que siempre ayudaba y apoyaba al desvalido, que lloraba ante el sufrimiento ajeno, que siempre le guardó respeto a su fanaticada, nunca se opuso a firmar un autógrafo o tomarse una foto. Era hombre de fe, siempre se encomendaba a Dios y era fiel creyente de la existencia de los ángeles; de hecho, atribuía a la divinidad su inigualable don para hacer música.
Joe era un soñador, nunca perdió su espíritu de niño. Era un coleccionador de pequeños suvenires de cada uno de sus viajes, en especial, de Disney World, donde iba cada vez que su tiempo lo permitía pues se complacía con dejar volar su imaginación y gozar la fantasía de los personajes infantiles. En su tiempo en casa, dedicaba la noche a la creación musical o a su hobby favorito, ver documentales de historia; ambas actividades lo apasionaban de tal manera que amanecía inmerso en ellas. Estos desvelos los plasmó en su éxito musical El centurión de la noche.
Amó sobre todo a su Barranquilla querida, como si hubiera nacido en ella; de hecho, con mucho cariño y agradecimiento lo expresó con vehemencia en su álbum Fuego en mi mente, en la canción En Barranquilla me quedo, que describe su querencia sublime por esta ciudad que lo acogió y arropó.
Barranquilla hermosa, yo te canto ahora
con gratitud y amor del cantor al pueblo que añora.
A la nobleza y sentir de su gente acogedora,
a mi patria chiquita que me apoyó…
En Barranquilla me quedo.
Sin duda, cumplió esa promesa lapidaria y aquí se quedó para siempre, ya que, por sus cualidades, se metió en el corazón de cada barranquillero, para no salir jamás.
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