
Muchos tenemos la sensación de vivir en un mundo en el cual no nos sentimos conformes, porque constatamos crecientes inequidades y desconciertos ante el futuro.
Sin caer en el pesimismo, no se puede desconocer que estas elecciones ocurren en momentos en que Colombia está atravesando tiempos difíciles: el aumento de la pobreza, una precarización del empleo, donde más del 50% tiene solo trabajos informales y donde —de acuerdo a datos de Bienestar Familiar sobre inseguridad alimentaria—, la mitad de los niños de la Costa Caribe pasan física hambre.
Estas condiciones sociales crean un entorno amenazante, tanto para el sector más pobre, como para las minorías que gozan de prosperidad. Esta delicada situación se agrava por la crisis de legitimidad de la vida política nacional.
La gente no cree en sus gobernantes ni en las instituciones. Cada quien busca individualmente la manera de salvarse. Unos se refugian en la religión para calmar sus angustias ante la incertidumbre. Ya es normal observar una gran cantidad de templos, algunos agrupados en su fe. Pero otros llenos de falsos pastores que se aprovechan de los miedos de las personas ante las adversidades de la vida.
Otro grupo de personas, cada vez más numerosas, busca la salida a su situación mediante la comisión de delitos de todo tipo. El crimen sigue creciendo de una manera exponencial, hasta el punto que, en las encuestas sobre los problemas más importantes que sufre la población, la inseguridad ocupa, desde lejos, el primer lugar, volviendo insoportable la vida de las ciudades.
La creciente pobreza, la desnutrición de nuestros niños, el desempleo y la violencia son apenas los síntomas más patéticos del fracaso del Estado colombiano, con su modelo de desarrollo. La gente va perdiendo la ilusión y con fundamento van deslegitimando a la política y a los políticos.
Hace algunos días, en Bogotá, vi una aglomeración de personas cerca del Congreso. Al principio pensé que era una de las tantas manifestaciones, pero era que estaban entregando, en una de las oficinas, los formularios para optar a un subsidio de vivienda; era gente muy humilde. Miré en sus rostros el sueño de una casa propia, porque para vivir necesitamos tener esperanzas.
La gente, como dijo el presidente Truman (1949), aspira a un “trato justo y democrático”. Esa es la clave, decía él, para la paz y la prosperidad. La crisis de la democracia se resuelve con más democracia y no con autoritarismo. Recuerden que el presidente Chávez surgió por la debilidad de la democracia del hermano país. La gente optó por una vía autoritaria y miren los resultados.
Fortalecer la democracia significa darse cuenta de que —con su voto— usted tiene un inmenso poder para escoger a quien lo represente. Si no vota, no se queje. Su voto es el que puede contribuir a que el Estado no sea capturado por la corrupción ni por los violentos. Dejemos de lado nuestro individualismo y pensemos como ciudadanos. Probablemente usted estará mejor si su ciudad y su país están mejores.
joseamaramar@yahoo.com
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