Hoy se juega, en la hierba sagrada de Wimbledon, el partido número 40 entre los dos tenistas más emblemáticos del mundo: Roger Federer y Rafael Nadal.

Dejando a un lado el gusto que se pueda tener por este deporte, el enfrentamiento de los eternos antagonistas significa mucho más que la expresión atlética de una rivalidad; cada vez que comparecen a ambos lados de una cancha lo que está en juego es la oposición de dos talantes, de dos maneras de entender el mundo.

Por un lado, el español ha construido su éxito a base de tenacidad, esfuerzo, perseverancia, y una fortaleza mental a toda prueba. El suizo, por su parte, ha sido talento puro, belleza, técnica y sabiduría.

Quienes defienden el estilo de Nadal suelen argumentar que los triunfos son más valiosos cuando se consiguen con sudor, sufrimiento y lágrimas. Quienes idolatran a Federer, asumen su grandeza como si el jugador de Basilea se lo mereciera todo en virtud de su cercanía con una perfección que no parece natural.

Esa dicotomía entre el hombre que se sobrepone a sus limitaciones y a su fragilidad física, y el semidiós que convierte lo imposible en rutinario, constituye el fondo de esta rivalidad que escribe un nuevo capítulo hoy en la cancha central del más tradicional de los torneos.

Las cuentas favorecen ampliamente a Rafa, quien ha vencido a Roger 24 de las 39 veces que se han visto las caras en una cancha de tenis. Esta diferencia, que parece insalvable, se debe a dos factores: la inmensa superioridad del mallorquín en tierra batida, y que existen muchos menos torneos en hierba -ninguno de ellos Máster 1000-, la superficie en la que el helvético es el mejor de todos. Sin esa desigualdad del calendario, sin duda incomprensible, seguramente las cifras serían más parejas.

La última vez que se enfrentaron en Wimbledon, hace 11 años, el mundo vio el que para muchos fue el mejor partido de la historia. Luego vinieron otros muchos juegos, todos ellos cargados de una inusitada atención mediática, todos ellos en torneos de la máxima importancia.

Así que el mundo, no solo el tenístico o el deportivo, se congrega hoy alrededor de estos dos personajes que encarnan las dos orillas de lo que somos todos, o, más bien, de lo que queremos ser. Como si lo mereciéramos, veremos de nuevo la fuerza y el carácter de Nadal tratando de quebrantar a la elegancia y la serenidad de Federer, golpe tras golpe, pelota tras pelota, punto tras punto.

Esta generación se siente afortunada, con razón, de haber sido testigo de todo lo que han dicho estos dos hombres a través del ejercicio de su deporte, y de lo mucho que han logrado a medida que su rivalidad se ha puesto a prueba.

Algunos se quedarán con el esfuerzo de Rafael Nadal; otros, como yo, con la perfección de Roger Federer, sin duda el más grande atleta de todos los tiempos. Pero todos disfrutaremos, hasta la última bola en juego, que exista un espacio y un tiempo para verlos a los dos tratando de borrarse a raquetazos.

@desdeelfrio