Series históricas 2020
La base histórica y literaria que recibí en el colegio funcionó para comprenderla y apreciarla en estos tiempos de pandemia.
Cuando cursaba el quinto año de bachillerato nos pusieron a leer El Cid Campeador, relato épico español del siglo XI. Confieso que lo leí con desgano y también pasó con la clase. Y no porque el profesor fuera un mal expositor; por el contrario, sabía mucho. Es que sentí desabrida y muy arrugada la historia. Acabo de ver la primera temporada de la miniserie El Cid. Me gustó la presentación en televisión y agradecí a la vida haberla leído cuando era adolescente. La base histórica y literaria que recibí en el colegio funcionó para comprenderla y apreciarla en estos tiempos de pandemia.
Ojalá la serie continúe con la segunda temporada y no como suele pasar con algunas que “prueban” el mercado televidente y los productores las continúan o las cortan dependiendo del éxito comercial. Es el deseo que también formulé con la serie turca El ascenso de un imperio, el Otomano, que me impactó hace unos meses cuando la vi en pocos días. El asedio a Constantinopla por Mehmet II combina en la serie la veracidad histórica con imágenes y actuaciones amenas. ¿Contar la historia en cine tiene que ser aburrida, como lo hacen los manuales, para ser veraz? Es al revés, revivir la historia con la ayuda del cine es una fórmula para no espantar a los jóvenes ni a los mayores de los temas apasionantes del pasado. La caída de Constantinopla en manos de las otomanos fue un golpe que estremeció al Occidente cristiano en 1453, pues se trataba del hundimiento del imperio romano en la figura de esa nueva Roma, que hoy es Estambul, plantada en Oriente como barrera infranqueable creada por Constantino en el siglo IV de nuestra era. Lo que sucedió es presentado de manera vívida en la serie turca El ascenso de un imperio. A partir de ese acontecimiento, se entiende mejor cómo Isabel la Católica, 40 años después, dirigió todos sus ejércitos a la reconquista de Granada para acabar con la dominación musulmana en España, respondiendo con un gesto arrollador al embate del imperio otomano que buscaba tomarse Europa desde Estambul.
Pero el legado de la reina Isabel peligraba cuando murió: su viudo Fernando y su yerno Felipe “el Hermoso”, casado con Juana la hija de los reyes católicos, entraron en una lucha feroz por el poder, hechos que muestra con dramatismo el filme La corona partida, que tiene una escena final realmente conmovedora en la que se ve a Juana recorrer los campos de Castilla llevando los despojos mortales de su amado Felipe al que no termina de llorar. La película sirve de complemento a la bien lograda serie española Isabel y evoca a mi parecer la de Vicente Aranda, Juana la Loca, tildada así desde su tiempo no porque lo fuera, sino por los estragos que produjo en un ser tan sensible la desdicha de amar sin ser amada, retrato de una tragedia que no por ser drama de reyes deja de reflejar los desamores de cualquier época y condición social. En las series históricas que vi el año pasado, en particular las de España, la historia contada en imágenes fueron un salvavidas del tedio que nos ha traído el Covid-19 que aún no se va.
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