“El secuestro no tiene fecha de vencimiento…es un daño irreparable” : es una de las muchas frases de las que tomé nota escuchando sus palabras grabadas en el video de su intervención que se encuentra en internet.
Frente a distintas versiones de lo que se ha dicho, decidí escuchar su voz, pues finalmente son las víctimas del secuestro las que tienen el testimonio fidedigno de ese ”descuartizamiento de la dignidad, de la expropiación de la identidad, de la tortura” a las que fueron sometidas. Uno no alcanza a imaginarse, ni siquiera de lejos, la devastación que un secuestrado llega a sentir en lo más íntimo de su ser, mientras se halla “encadenado, privado de la libertad, desmembrado, alejado, a la deriva, olvidado de sí mismo”, términos cuya comprensión psicológica y moral no la logra existencialmente quien escucha, más allá del significado que da el diccionario.
Sin embargo, -y esa no es tarea exclusiva de los miembros de la Comisión-, la respuesta a la pregunta cuál es la verdad de este y otros abusos cometidos por la ex guerrilla, es lo único que podrá conducir a la reconciliación, que no será total ni perfecta, pues no se puede forzar a las víctimas a que perdonen, a que no sigan indagando, y mucho menos a que olviden, así se tomen 17 años, como es el cálculo que han hecho de lo que duraría el proceso si se le pone un minuto de atención a cada una de las historias de los nueve millones de víctimas. Aun así, se van a tomar la vida que les dejaron. La verdad tampoco tiene fecha de vencimiento.
Otra cosa es que desde el punto de vista del funcionamiento social, de la llamada vida práctica, deban alcanzarse unos acuerdos mínimos para que la sociedad y la democracia funcionen. Esos son los afanes del pacto social del que hablaba Hobbes. Pero conocer la verdad que las víctimas buscan, toma mucho tiempo y dolor. Ingrid lo dice de manera dura pero auténtica cuando refiere que, amparados en la guerra, en el conflicto ideológico y buscando una justificación, los victimarios tratan de maquillar el horror hasta el punto de que ni siquiera pueden ya confrontar su propia verdad. Ante esas trampas que están tendidas, como minas quiebrapatas, en el camino de la paz, se entiende la desconfianza de gran número –si no la mayoría- de víctimas del secuestro y otros abusos como piensa uno de los hijos de los once diputados de Valle, que fueron secuestrados y asesinados por la extinta guerrilla en 2002, al decir que “es oportuno que ellos hayan admitido y se arrepientan de ese hecho atroz, aunque no deja de ser una situación incómoda después de haber negado que cometieron el delito de reclutamiento de menores”. O de haberlo reconocido, el viernes pasado, con explicaciones que no convencen a todos. Nos espera todavía un camino largo para que la verdad más profunda y sin maquillajes sea un punto de encuentro entre víctimas y victimarios.