No hay dudas. En cuanto a protagonistas históricos fundamentales en el proceso de construcción de la nación, el Caribe colombiano tiene importantes referentes. Ahora, en plena conmemoración bicentenaria, y quizá para matizar ese mismo evento conmemorativo, vale la pena hablar de uno de ellos.

Las fuentes dicen que cuando José Padilla aparecía por Cartagena de Indias sus contradictores políticos se inquietaban y decían que con él llegaban también “los bochinches de colores”. Este hombre, de origen humilde y marino por vocación, nacido en Riohacha el 19 de marzo de 1784, fue uno de los líderes militares más destacados en la consolidación de la independencia nacional. Participó en la defensa de Cartagena de Indias durante el Sitio de Pablo Morillo en 1815, liberó a la ciudad de las últimas tropas realistas con el triunfo en la Noche de San Juan de 1821 en la bahía de Cartagena, y fue el héroe de la batalla naval de Maracaibo del 24 de julio de 1823, con la que se definió el destino político de los llamados países bolivarianos. Pero a pesar de los triunfos llevaba la desgracia en la piel. Era un mulato que habitaba un territorio con fuertes tensiones raciales, y eso le costó la vida. La mañana del 2 de octubre de 1828, en la Plaza Mayor de Bogotá, fue fusilado y luego colgado en la horca, condenado por haber participado en la fallida conspiración para asesinar a Simón Bolívar. Padilla siempre lo negó.

Cuando ocurrieron los hechos estaba en la cárcel, y los implicados en la confabulación nunca dijeron con certeza que el almirante estaba enterado de los planes. En una época donde era moneda corriente indultar a los conjurados, a Padilla se le aplicó la máxima pena. Otros, incluyendo a Francisco de Paula Santander, serían mandados a un cómodo exilio en Europa. Apenas un mes después de su muerte, Bolívar ya estaba arrepentido: “Lo que más me atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar y Padilla. Dirán con sobrada justicia que yo no he sido débil sino en favor de ese infame blanco [Santander], que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria. Esto me desespera, de modo que no sé qué hacerme”, escribió con infinita amargura.

En 1831 la Convención Granadina decretó la reivindicación oficial del héroe y la Ley 69 del 30 de junio de 1881 aprobó su rehabilitación permanente y la construcción de una estatua de bronce en Riohacha. Hoy, paradójicamente, en la Escuela Naval que lleva su nombre, existen serios obstáculos para que los de su color ingresen como oficiales. Y hace un par de años, una mujer negra empleada del servicio doméstico, luego de ser obligada a retirarse del Club Naval en Cartagena cuando acompañaba al hijo de su patrona a una fiesta infantil, tuvo que acudir a un tutela para hacer suprimir un infame artículo del reglamento que las equiparaba con mascotas y por tanto prohibía su ingreso a las instalaciones del Club.