En los últimos cinco partidos la producción ofensiva de la Selección ha sido infecunda: cero goles. Las razones pasan, como siempre, por torpezas individuales o mínima asesoría colectiva. De las primeras, no hay duda de que las pocas veces que esos goleadores se han visto de cara al gol han sido descoordinados, alterados e imprecisos para hacer algo que en sus clubes ejecutan con más naturalidad y mayor seguridad y eficacia.
¿Será, acaso, que son pocas las situaciones y esas pifias se vuelven trascendentales en el marcador y en la psiquis de ellos? Si esto fuera cierto, ¿arremete tal sensación contra la confianza de estos, debilitándola y socavando sus habilidades goleadoras? O, ¿estamos en presencia de jugadores que la responsabilidad de la Selección Colombia les excede y altera su sistema nervioso al punto de ser tan ineficaces? ¿O, tal vez, la sindicación de no convertir goles debería ser para todos y no solo para ellos, a ver si esa descarga emocional los tranquiliza y retoman sus virtudes de definidores?
En cuanto a las razones en plural, es decir, aquellas que nacen del buen o mal funcionamiento del equipo, también no hay dudas de que este no es fluido y constante para generar situaciones más ventajosas para ellos y tampoco estimula la presencia de otros en la zona de definición. La mayoría de las jugadas en ataque obedecen a las aventuras individuales de Luis Díaz, que casi nunca las mejoran sus pares porque no le ofrecen compañía.
El técnico Reinaldo Rueda ha estado convencido de que la misión de gestionar la jugada de gol le pertenece a un ‘10’ y por eso ha convocado a muy buenos jugadores con ese perfil, pero en bajo —¡bajísimo!— nivel competitivo (Cardona, Quintero y James). Con ellos, en un buen estado, no tengo dudas del salto de calidad que daría el equipo y el aumento de las situaciones de gol para los delanteros y para ellos. Pero, en la forma deportiva que están hoy para competir en el fútbol de alta competencia y con las urgencias de esta Selección ha sido, en mi opinión, y por decir lo menos, un acto desesperado del técnico, no de un análisis objetivo basado en la actualidad competitiva de ellos.
Colombia como equipo no respeta la reversibilidad del juego (defender para atacar; atacar para defender, todo simultáneo, al unísono, entre todos). Aún no ha logrado que las interacciones entre los de atrás y los de adelante sean armoniosas y continuas, para ofrecerles más opciones a los goleadores.
No obstante este irregular juego y penoso guarismo, la Colombia de Rueda pasó de estar eliminada (en manos de Queiroz) a estar de cuarta, y parcialmente clasificada, que es su misión. Sí, amenazada, y mucho, porque solo dos puntos la separan del octavo. Y, sobre todo, por su mal juego, pero logrando, hasta ahora, el objetivo.