Imposible defender lo indefendible. Ni a Aida Merlano ni a nadie que esté huyendo de la justicia después de una condena, y con el karma que la acompaña por su vertiginosa trayectoria de “dirigente” política, inmersa en las artimañas y prácticas de la gran mayoría de quienes manejan la cosa pública.
Su perfil la ubica como antiheroína rompe esquemas e irrespetuosa de los parámetros sociales. Se rige por sus propias y nada convencionales reglas, todas aprendidas desde su más tierna infancia, a partir de lo que vio en su hogar, según dicen quienes la conocen muy de cerca.
Por lo que se sabe de ella, ética, moral y lealtad son palabras ajenas al vocabulario y a las prácticas de este personaje que hoy está en las primeras páginas de los diarios del mundo y en los WhatsApp de millones de celulares, después de una cinematográfica huida grabada en video, paso a paso, como es usual ahora en este universo del Gran Hermano, que nada oculta, que nada se guarda, que todo lo muestra.
Pero más que la prófuga misma, es el Inpec, el Instituto Nacional Penitenciario, la entidad que debe ir presa, desde su cabeza ya rodando por los suelos, hasta la de muchos de sus funcionarios. Los huecos de esa entidad son enormes, tan grandes que por allí se podrían escapar todos los presos del país. La historia reciente de fugas en Colombia supera la de títulos de películas publicadas ayer con picardía en las páginas de Tendencias de este diario.
Ahora, cual ambulancia de AMI, el gobierno saldrá como siempre a darle un tanque de oxígeno a ese instituto, y cual sastre, a tomar medidas inmediatas para intentar solucionar el déficit del siempre precario y bochornoso sistema carcelario colombiano, corrupto y hacinado. La patética muestra está en el rompimiento de los protocolos de seguridad de una interna de las características de Merlano. La llevaron a la cita odontológica con la vigilancia de una babysitter, no de una guardiana.
A Merlano, probable chivo expiatorio con una responsabilidad penal bien ganada por sus actuaciones en la práctica de compra de votos, le faltaban cumplir siete años ocho meses de prisión para obtener la libertad condicional, por la pena de 15 años que le impuso la Corte Suprema, estimando los beneficios a los que hubiese tenido derecho por buen comportamiento y otras arandelas.
Los espacios de las conjeturas se llenan con cientos de preguntas: ¿qué la llevó a la fuga?, ¿temía por su vida?, ¿sus aparentes trastornos psicológicos la hicieron tomar esa alocada decisión?, ¿qué iba a contar en la cita con la Fiscalía?
Sin entrar en devaneos filosóficos con el deber ser y el ser, no cabe duda: la vida Aida Merlano es un reality permanente que podría ser llevada al cine, no como ejemplo a seguir, sino como una muestra de afectación de una sociedad en la que la mayoría de sus dirigentes políticos no están bien de la cabeza, ni del alma. Tampoco lo está la sociedad misma, ni las instituciones que se presume deben impartir justicia o cuidar de los delincuentes.