Colombia necesitaba limpiar las malas energías de las dos derrotas anteriores ante Uruguay y Ecuador. Reinaldo Rueda necesitaba volver, pero volver bien. Y casi que obligado a bien en todo. Bien en la escogencia de su nómina, bien jugando al fútbol, bien ganando a Perú.

Y le tocó caminar caminos que ya caminó en la Selección de Chile (así, redundante). Cuando llegó a Chile dejó por fuera a Claudio Bravo, capitán del seleccionado austral. No por lesión, como en el caso de Rodríguez, sino por temas personales con Arturo Vidal que llevaron a Bravo a tratar de imponerle cosas que, por supuesto, Rueda no permitió. Esta vez tampoco.

La escogencia de la nómina se volvió un interesante ejercicio. Que jugaría con los mismos, que saldría Pedro y entraría Juan. Que sería ultradefensivo para evitar una nueva derrota. O que debía ser súper ofensivo para revertir la diferencia de goles negativa.

Rueda, como siempre, jugó con sus propias ideas. Nada de ideas alquiladas. Con una sola variación, cambió mucho de las cosas que la selección venía haciendo.

Incluyó a Gustavo Cuéllar por Wilmer Barrios para que hiciera pareja con Mateus Uribe en un cuatro en el medio para recuperar rápido y atacar igual con Cuadrado por derecha y Díaz sobre la izquierda. Algunos llamaron sorpresa lo de Díaz, pero no olvidemos que él fue titular en el último juego. Rueda incluyó a Díaz para poner en el medio a Luis Muriel, detrás de Duván Zapata.

Entonces, para iniciar el juego, el técnico nacional dibujó un 1-4-4-2 que se modificaba de acuerdo a la tenencia del balón. Sin balón 1-4-4-2. Con Balón 1-4-2-3-1 o 1-4-2-4.

Fundamentó su juego en atacar y replegarse para volver a hacerlo. Hizo uso de lo elemental del juego: defensa y ataque. Incluso en los cambios del segundo tiempo su pensamiento fue el mismo. No defensivo a ultranza, para no renunciar al ataque. Cuando llegaron los goles, la idea se fue afianzando hasta volver a ver ese juego cadencioso, lleno de toque de primera intención, de recuperar para atacar verticalmente, descargar a los costados para recibir y salir hacia adelante sin olvidar la doble marca, sobre derecha e izquierda, que fue esencial para cortar las alas y las ideas al Perú de Gareca.

Juego colectivo, nada de jugador aduana por el que tenía que pasar el balón por obligación. Y solo un trabajo individual, el que hizo Dávinson Sánchez cada vez que Paolo Guerrero se le acercaba. El mismo Paolo que terminó gritando al árbitro Wilton Sampaio lleno de frustración.

Tres puntos que nos acercaron al trancón de selecciones que hay entre el tercer y el sexto puesto y tres goles para comenzar a descontar de los nueve que nos habían anotado.

Se vienen 13 partidos y 39 puntos. Todo punto que llegue, será de mucha utilidad. Como los que disputaremos hoy con la Argentina de Messi…