Edgar José Cassiani Ariza, según la breve reseña judicial de EL HERALDO del pasado sábado, era un chico de 18 años. En el mundo delincuencial se le conocía con el alias de ‘Papotico’. Fue asesinado a tiros. Tenía, de acuerdo con la Policía, tremendo expediente criminal: porte ilegal de armas, hurto y estupefacientes.

Cassiani se suma a la lamentable estadística de jóvenes barranquilleros que han muerto trágicamente por elegir un modo de vida violento. Con frecuencia pasan de victimarios a víctimas. Hoy matan; mañana los envían al cementerio. O hieren a alguien; después les sucede a ellos.

Es un ciclo macabro y doloroso que está ocurriendo en Barranquilla, la ‘Capital de vida’. En los tiempos del exalcalde Guillermo Hoenigsberg también se le llamó: “El mejor vividero del mundo”, pero la imaginación popular retocó el lema: “El peor moridero del mundo”. Algunos, ahora, han rebautizado a la Arenosa. Le dicen la ‘Capital de muerte’.

Más allá de si esto es exagerado o rigurosamente ajustado a la realidad, lo cierto es que Barranquilla muestra electrizantes expresiones de violencia y delincuencia. Hasta descuartizamientos ha habido.

Una mezcla de factores explosivos ha contribuido a disparar las distintas modalidades del delito, siendo los jóvenes sus principales protagonistas. El crecimiento socio-demográfico de la ciudad, con sus secuelas de informalidad laboral (hoy en el 53,3%, según el Dane), de falta de oportunidades y de pobreza, se ha visto acompañado de la economía ilegal y corruptora del narcotráfico y de un peligroso deterioro de la justicia penal.

Las cifras dicen esto: las edades de los jóvenes que ingresan a la delincuencia –en Barranquilla y en el resto del país– oscilan entre los 14 y los 25 años. Muchos mueren en esa etapa juvenil de sus vidas. O terminan en la cárcel.

En Barranquilla hay una tarea inmensa por hacer con los jóvenes. Es apremiante conocer más su realidad. Los estudios que se han hecho en Colombia indican que los muchachos incurren en conductas delictivas no solo para cubrir carencias económicas personales y familiares. La violencia delincuencial también les atrae por la adrenalina, y por el poder y el respeto que les proporciona. Es un universo seductor que les da liderazgo en sus respectivos contextos territoriales. Les embriaga portar armas, conducir motocicletas y vestir bluyines, camisetas y tenis de marca. A eso añadámosle que la mayoría desertó del colegio y no tuvo educación en valores en el círculo familiar. Ahí está la explicación al porqué tantos jóvenes se extravían en el delito.

La juventud es el período de la intrepidez, de las emociones altas. El reto de quienes gobiernan es orientar a los jóvenes –que habitan en ámbitos problemáticos– hacia propósitos que le den cabal sentido a su existencia. Para eso se hicieron la cultura, el arte y el deporte. Por ahí es la cosa.

@HoracioBrieva