
Este afectuoso adjetivo tiene una significación que, creo, podría aplicársele a Aida Merlano. Putativa es toda aquella persona que es familiarmente apadrinada o asumida. Ella llegó a ser una privilegiada hija del clientelismo. Su meteórica carrera electoral no hubiese sido posible si el gerleinismo no la acoge como una de sus preferidas. Claro que en ese acogimiento jugó un papel decisivo su belleza. La única vez que la tuve cerca, en una inesperada velada etílica en la discoteca Trucupey, me pareció en verdad muy bonita.
Hija putativa también podría ser Aida Victoria si tomamos en consideración lo que la avispada muchacha dijo en una de las locuaces entrevistas que ha concedido: que ella se sentía hija del poderoso empresario Julio Gerlein, a quien ponderó como un “padre generoso” por la esplendidez económica que les prodigó y que les permitió transitar de los estratos populares al estrato más elevado.
Sin este determinante apadrinamiento Aida no hubiese llegado lejos en política. A lo sumo se habría quedado en el nivel de una exitosa ‘mochilera’ barrial. Las personas de ese mundillo de la compra y venta del voto se ganan una plata, consiguen cosas para ellas y sus comunidades, pero de ahí no pasan. Ella, en cambio, logró escalar hasta el Senado reemplazando a nadie menos que Roberto Gerlein, una de las voces más elegantes del Congreso.
En Colombia, exceptuando a los políticos que han ganado con el voto de opinión, entre los cuales destaco a Álvaro Uribe, Antanas Mockus, Horacio Serpa, Claudia López, Antonio Navarro, Jorge Enrique Robledo, Gustavo Petro e Iván Cepeda, predominan los barones electorales que obtienen sus credenciales de Senado y Cámara a través del clientelismo. Y la compra y venta de votos es el tentáculo más oprobioso de la estructura clientelar de nuestro sistema político. La pobreza y la ignorancia son su ecosistema.
Aida es una fabricación del clientelismo que ha regido la política colombiana desde que las elites inventaron esta perversidad, y aunque contra ésta han reaccionado, en distintos momentos, destacados líderes del establecimiento, el clientelismo, que es básicamente el uso del Estado y de los recursos públicos para comprar a los electores, sigue ahí.
El caso de Aida no es individual ni aislado. Meterla presa, como lo hicieron, no resolvía en realidad el problema. Hay compra y venta de votos porque el clientelismo está en el alma del sistema político. Cuando mataron a Pablo Escobar el país creyó ilusamente que este era el fin del narcotráfico y hoy está más vivo y extendido que nunca. Es similar: con Aida no se va a terminar la corrupción electoral. Por supuesto, ojalá su testimonio ayude a desinfectar un poco la política. Ha puesto en la picota pública a quienes antes fueron sus patrocinadores, amigos y aliados. Como dijo un fiscal venezolano: “está cantando más que Pavarotti”.
@HoracioBrieva
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