Los electores de Bogotá tuvieron la oportunidad de ver debates televisivos entre los aspirantes a la Alcaldía. En las demás ciudades, incluyendo a Barranquilla, no tengo información de que los haya habido. Por eso la campaña en La Arenosa fue muy aburrida, sin emociones, sin grandes batallas conceptuales y programáticas. El bostezo fue lo predominante.
Razón tiene el jurista Álvaro Alvarado Mora cuando dice que lo del domingo 27 será “un paseo por los Campos Elíseos”. Razón tiene también el colega Jorge Medina Rendón cuando pregunta: “¿Cuál campaña?”. Pues por campaña electoral entendemos el escenario donde varios contendientes se enfrentan reciamente con ideas, propuestas y argumentos. Mala cosa, como diría Roberto Zabaraín, el colega columnista de los jueves. Porque una campaña electoral sin debates es como un Carnaval con la atmósfera púrpura de Semana Santa. Sin alegría, la política es un espectáculo fúnebre.
Desde luego, medios como EL HERALDO hicieron su aporte brindando una página a los cuatro candidatos (democráticamente distribuida en partes iguales), y si a juicio de los lectores (y los electores) no la aprovecharon no es culpa del periódico. Para los debates, claro está, nada como la televisión en vivo y en directo.
En Bogotá, hubo controversia y esta giró en torno al Metro, y los votantes pudieron establecer lo que cada candidato defiende sobre éste y otros temas. Por supuesto, en la escogencia ciudadana de un candidato o candidata no solo intervienen lo programático y las habilidades dialécticas: también concursan cardinalmente la personalidad y el talante. Ahora, en Bogotá seguramente hubo debates por lo reñida que está la pelea.
En Barranquilla, en cambio, con un puntero que llega casi al 80% en las encuestas, los debates terminaron por considerarse innecesarios. Pero es una equivocación. Con ese raciocinio habríamos tenido que concluir que sobraban las elecciones.
En el tedioso escenario de Barranquilla, lo he repetido mil veces, intervino una variable decisivamente trágica: los aspirantes ‘alternativos’ se fracturaron suicidamente por lo que sus posibilidades se redujeron a disputarse entre ellos una curul de Concejo, a manera de premio de consolación. Además, a los tres ‘alternativos’ no les alcanzó la imaginación para fabricar y ofertar un discurso y una propuesta capaces de competirle al modelo continuista encarnado en Jaime Pumarejo Heins.
A Diógenes Rosero Durango, mi compañero de lides de sociedad civil, le abono, sin embargo, su valiente y sudorosa faena en las calles en busca del voto de opinión, en compañía de un combo de jóvenes entusiastas. Le deseo, por eso, un buen resultado en las urnas.
Tampoco en los barranquilleros observé una masiva e imperiosa solicitud de debates. Si la ciudad marcha divinamente y ya se sabe el nombre del ganador, ¿para qué debates, cierto? La democracia estorba.
@HoracioBrieva