Todos los seres vivos que tenemos un sistema nervioso central somos capaces de experimentar sensorial y emotivamente dolor. Esa sensación subjetiva y desagradable en nosotros los humanos está asociada a un daño real o potencial de una parte de nuestro cuerpo.

Desde nuestros orígenes como especie hemos intentado comprender y controlar el dolor. Casi todas las razas y culturas que han existido se ocuparon por dejarnos evidencia de su presencia plasmada en el arte y en los códigos de comunicación que usaban. Para los egipcios y los griegos, la sensación dolorosa se localizaba en el corazón. Sin mucha precisión histórica, alrededor del siglo IV y V A.C. se encuentran las primeras evidencias que sugieren al cerebro como el órgano donde se genera la sensación dolorosa. Es también por esa fecha cuando en las obras de Hipócrates se hace referencia al uso de una sustancia, que parece ser opio, con fines analgésicos (se describe su efecto en el cerebro produciendo adormecimiento). Durante los siglos siguientes hay muchas evidencias del uso indiscriminado de este narcótico para aliviar dolores, incluso hasta el extremo de que, en el siglo XIX el “láudano” (combinación de opio con alcohol) se administraba como sustancia de moda para inducir el sueño, mejorar las dolencias y levantar el estado de ánimo. Lamentablemente, muchos usuarios de esta preparación terminaron dependientes de las sustancias adictivas, con consecuencias devastadoras para su salud.

Múltiples desarrollos científicos durante las últimas décadas nos brindan la oportunidad de contar hoy con tratamientos más seguros para el dolor, dejando las sustancias potencialmente adictivas o con mayor probabilidad de generar efectos indeseables severos, tales como morfina, codeína, fentanilo y oxicodona entre otras, reservadas para casos extremos y siempre con la recomendación de solo usarlas bajo supervisión del personal de salud.

En Colombia, el uso de este tipo de medicamentos fue regulado recientemente por la Resolución 00000315 de 2020 y por increíble que les parezca, el Tramadol, analgésico muy mencionado en los últimos días por la sanción impuesta a nuestra gloria deportiva, Nairo Quintana, está incluido en ellos.

Y es que el Tramadol, como analgésico opiáceo (narcótico) tiene poder adictivo, que, si bien es menor que el de la morfina, en personas susceptibles este no puede ser subestimado. Su capacidad de inducir tolerancia de forma rápida hace que algunos usuarios necesiten dosis crecientes, con lo que la aparición de efectos indeseables aumenta su frecuencia. En algunos países su uso está muy controlado, pues el Tramadol se utiliza, mezclado con antitusígenos, con fines recreativos por su potente acción narcótica. Esta modalidad de consumo se ha documentado como “puerta de entrada” de adictos a sustancias más potentes.

En los ciclistas su uso se penaliza, pues aún a dosis bajas produce somnolencia y disminución de reflejos, incrementando en los consumidores la probabilidad de accidentes.

Al ser el dolor la causa más frecuente por la que acudimos a solicitar atención en salud, debemos hacernos conscientes del peligro al que podemos estarnos exponiendo cuando usamos tratamientos aparentemente inocuos como el Tramadol sin seguir las recomendaciones existentes para uso seguro.

Para dimensionar lo que advierto sugiero ver Dopesick, miniserie de Disney+.

@hmbaquero