En múltiples ocasiones durante los años que llevo como columnista de esta casa editorial he llamado al sentido común, la solidaridad y la esperanza de nuestra sociedad, siempre apelando al individuo, la persona, único capaz de modificar sus emociones dañinas para privilegiar las buenas emociones. Hago ingentes esfuerzos en mi día a día por controlar el volcán de rabia que no me dejan sofocar, producido por la desigualdad rampante, cerrera y aniquilante que exhibimos en Colombia, el segundo país más infame en materia de equidad, derechos y libertad. Esos, como el vivir en paz, nos son absolutamente desconocidos.
No creo posible que haya colombianos del común que piensen que aquí todo funciona bien, por el contrario, la mayoría siente que solo a un reducido número de nacionales las cosas les salen derechas, además de a la clase inversionista, la política y al funcionariato. Separados estos personajes, quedamos millones de personas rompiéndonos el cuero para salir adelante, pagar las cuentas y si acaso, lograr un ahorro. Somos en realidad los invitados de piedra a quienes se les anuncia y ordena, porque cuando nos llaman a participar casi siempre es un paripé mediático donde servimos de telón de fondo. ¿Por ejemplo, ha asistido usted a un acto de solicitud de perdón a los familiares de víctimas por parte del Estado? Tremendo show con tarima incluida, pero a la hora de la verdad, ni siquiera reconocen en pleno la barbarie y la reparación económica llega cuando ya se hicieron viejos.
Sin embargo, la indignación salvaje que siento frente a quienes nos usan y roban, es una chispita frente a la caldera que llevo dentro porque veo que los niños Wayues y de toda etnia se mueren de hambre y las niñas son violadas y asesinadas; pero la tapa de esta olla en ebullición ha sido ver cómo fotografiaban con una misma merienda, higiénica y completa, a los niños en Aguachica, Cesar, y a continuación la fotógrafa, convertida en repartidora, a mano limpia y sin cuidado, plantaba en las manitos extendidas un patacón adornado con briznas de pollo ripiado. ¿Hasta dónde vamos a llegar como sociedad, si estamos ya en el cieno de la corrupción?
Robar el alimento de los niños de los colegios públicos es tan asqueroso como abusarlos sexualmente, requiere esta acción ausencia total de humanidad, decencia y respeto en quienes así se enriquecen, y siento mucho señores congresistas del Caribe pero uno de ustedes está untado en esa porquería aunque sea por interpuesta persona. Unos dicen que el negocio es de una familia prestante de Valledupar y otros, que el canalla es cordobés. Ojalá lleguemos a conocer la verdad, antes de que otra atrocidad nuble el panorama y los bandidos puedan ocultarse. Eso, damas y caballeros, se llama desigualdad, el origen y raíz de nuestra guerra, lo demás son cuentos para pendejos.
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