Creo a ciencia cierta que ninguno de los samarios que participó en el espectáculo vergonzoso de invadir la cancha del estadio de fútbol Sierra Nevada de Santa Marta para liarse a golpes con los del equipo visitante, sea más samario que yo o quiera al Unión Magdalena más que yo. Creo con la misma convicción que ninguno de los barranquilleros que participó en el mencionado acto primitivo respete más al Atlético Junior como lo respeto yo como equipo representante de la región.
Las tales barras bravas no resisten un minuto de análisis en un diván porque se hacen relevantes una serie de indicios de que algo no está bien en ellas. Para empezar, ¿por qué se hacen llamar así?, ¿qué quiere decir que son bravas?, ¿se refieren acaso a que su bravura consiste en que gritan y animan a su equipo más que otros?, ¿o es porque se creen muy machos y su bravura consiste en intimidar a la gente con sus actos vandálicos?, ¿por qué llevan armas al estadio?
No es cierto que arrancar las sillas del escenario para ir a causar un daño serio a sus rivales sea un acto de amor por el equipo. No es cierto que sacar un puñal o un machete para herir gravemente al otro sea defender los colores del equipo hasta la muerte. No es cierto que no importa cuántas personas no violentas que no tienen nada que ver con esos actos irracionales salgan heridas porque son daños colaterales en la lucha bravía por el equipo amado.
Esas no son demostraciones de amor por la camiseta del equipo de casa, son actos de la más pura esencia sociopática que están agazapados hasta cuando se presenta la ocasión en que, de lo más íntimo del cerebro reptiliano, brota esa emoción primitiva de ir a matar al otro con la pérdida total de la racionalidad pero con plena consciencia de lo que se está haciendo.
Y los que fuimos a ver un partido de fútbol ¿qué? Debe ser terrible regresar del estadio con un herido en la familia, sin saber el nivel de gravedad y por culpa de unas personas que se reúnen en grupos que se hacen llamar barras bravas que no van a ver un partido de fútbol sino a dar rienda suelta a un montón de emociones perturbadas que subyacen en una gran patología social y se manifiestan como conductas violentas que deben terminar de alguna manera en un daño a otros, así sea en los que no tienen que ver con su problema mental.
Acabo de recibir el informe de la sanción por parte de la Dimayor a los dos equipos, no me interesa leerlo, eso no me resuelve el malestar que me produce el no volver al Sierra Nevada porque temo por mi seguridad y mi vida. Entre paréntesis: no haré ningún comentario sobre la presencia de la autoridad policial. Con su accionar, los violentos me dañaron el plan que tenía de llevar a mis hijas menores a conocer el Eduardo Santos y luego al Sierra Nevada a ver un partido del equipo de fútbol que apoyo desde niño. El programa quedará por la mitad, solamente hasta el viejo estadio y les diré: hubo una vez un equipo llamado Unión Magdalena, mi único equipo en el mundo, que jugaba en este estadio, el Eduardo Santos.
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