Hasta ahora me doy cuenta de lo autista que soy porque antes pensaba que era quijotesco en mi lucha por el buen hablar al tener que enfrentar las odiosas frases que pronuncian todos en la ciudad, no sé si en todo el país, que utilizan a manera de coletilla para cada ocasión en que una persona debe solicitar a otra cualquier cosa o situación: “regáleme la cuenta, regáleme el celular, regáleme un permiso, regáleme la cédula”, y muchas más, una por cada petición o solicitud de favor.

Al principio me sentía muy mal porque a quienes les decía que me era imposible regalarle la cédula, por ejemplo, porque después no puedo identificarme, me devolvían una sonrisa tonta de quien pillan en un gazapo, o los más ofendidos me observaban como gallina mirando sal demostrando con eso que soy alienígena por estar diciendo semejante cosa que no sabe en nuestro argot. Un gran porcentaje me mira con el disgusto de quien está ocupado haciendo algo importante y yo soy un tipo incómodo, o tóxico, por andar con estas “pendejadas”.

Resulta que dos autistas de 12 y 14 años de edad se sienten igual de incómodos ante esa situación porque quienes pronuncian esas frases los ponen en serios aprietos al solicitarles algo que, en su literal concepción del mudo, no tiene cabida una frase tan mal expresada en la que pretenden despojarlos de algo que pertenece a un yo apenas en construcción a quien le resulta angustiante tener que dar respuesta a una petición tan absurda.

Eso me reconfortó de tal manera que decidí dejar la armadura de caballero andante del español para asumir un autismo consecuente con un buen uso del idioma y mantenerme en esa rigidez porque es una forma de intentar rescatar un lenguaje que enriquezca y no empobrezca más esta forma de hablar que cada día empeora, sobre todo si se tiene en cuenta en las últimas estadísticas que el 60% de los colombianos tenemos mala ortografía y leemos, si acaso, libro y medio por año. Aberrante.

A esto hay que agregarle el desastre que se observa en las redes sociales en las que se han inventado un método de escritura para la imaginación. Ya sólo usan la primera letra de cualquier palabra para expresar una idea. Aquel TQM que aprendimos hace muchos años y significaba te quiero mucho y los de mi generación lo aprendimos de tanto enviárselo a la novia, hoy es algo de dinosaurios porque el abecedario ha demostrado ser suficiente para expresar ideas entre los jóvenes sin necesidad de escribir la frase completa. Lo peor de todo es que se entienden entre ellos, yo no he podido pillarme la jugada y tengo el mismo trastorno de interacción social de cualquier autista que cada vez se siente más arrinconado por ese lenguaje que se aleja de lo formal.

Estoy en un chat con un grupo de hermanos a quienes no les perdono un abuso contra el idioma y les remito al Pequeño Larousse Ilustrado para que recuerden cómo se escriben las palabras y cómo se ordena una sintaxis correcta, lo cual me agradecen; y, cuando cometo algún gazapo me caen a piñazos para recordarme que también me equivoco.

haroldomartiez@hotmail.com