En nuestro medio social cultural y en la lúdica del lenguaje callejero, las palabras evolucionan a nuevos significados que terminan siendo universales para la comunidad y con un sentido específico al cual se asocian de manera inequívoca. Una de esas palabras es Carreta, que tiene unos sinónimos precisos: discurso, ponencia, argumento, planteamiento; contrarios a los que tenía originalmente, mentir, exagerar, inventar falsedades. En la actualidad “un man que tiene una carreta tesa” es persona con un discurso interesante, coherente, que vale la pena escuchar.
Su sentido metafórico se amplía cuando se piensa en el origen de la carreta, que no es otro que la compilación de conocimientos que se adquieren, generalmente, a través de la lectura, o mediante la experiencia empírica. De tal manera que, cuando dicen “el man está tirando tremenda carreta”, no puedo evitar la imagen de alguien tirando de un carruaje atiborrado de libros. El conocimiento pesa.
Existe una diferencia abismal entre las generaciones del siglo pasado y las del siglo actual, hablo de los fundamentos del pensamiento crítico, el cual se origina en un artefacto que se niega a desaparecer, el libro, que promueve el conocimiento del mundo mediante la lectura, manantial del saber. Las generaciones del siglo pasado fuimos premiadas con una especie de enciclopedismo como el del siglo XVIII, al recibir información proveniente de todas las ciencias para una ampliación de nuestro conocimiento y, por tanto, la capacidad para poder analizar los fenómenos de la vida y tener un punto de vista crítico al respecto.
Todo lo anterior a manera de grito de alerta para mostrar mi preocupación acerca del vacío conceptual tan evidente en jóvenes de ambos sexos, tanto los que atiendo en consulta como los que escucho en los medios en que me desenvuelvo, y creo que es un mal nacional: no tienen sustancia en esas cabezas, no saben hablar de nada con consistencia, pobre sintaxis, lugares comunes predominan en su léxico. Son escasos los que hablan de manera crítica y con posiciones propias frente a los hechos, el común denominador es que estos son buenos lectores. ¿Coincidencia?
No pretendo demeritar a la tecnología, de hecho, hay bastante material para leer en las redes, están todas las bibliotecas del mundo, el asunto es que el porcentaje más elevado de consumidores de esta tecnología no la usan con ese fin sino para deleitarse con sus diversos usos muy distintos a leer a los clásicos en esas pantallas. Ahora sí, como decíamos antes, a mí no me echen esa carretilla. Quedó en diminutivo de manera peyorativa para indicar que esa carreta no es digna de crédito.
Tampoco es una apología al libro, pero sí a la lectura, por supuesto. Los jóvenes de hoy necesitan la lectura como tabla de salvación y mi argumento es preocupante: son los que van a dirigir la ciudad y el país en unos pocos años y serán perfectamente vulnerables a cualquier carreta que les tire un man astuto y abuse de su buena fe, aunque ingenua, por adolecer de un pensamiento crítico.
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