No sé cómo va a quedar el asunto con respecto a iniciar clases de manera virtual como una forma de resolver esta situación de la pandemia por C-19, que se nos salió de las manos a todos y nos tiene inventando estrategias para resolver asuntos fundamentales, uno de los cuales es la educación de nuestros hijos tanto en la escolaridad como en la universidad.
La experiencia que he tenido hasta ahora, por la opinión de los padres que llaman desesperados, es que se trata de algo que debe ser mirado con lupa porque está en juego nada más y nada menos que el aprendizaje de las cosas que nos van a servir en la vida, en especial, porque ha tocado improvisar sobre la marcha, ya que la nuestra no es una cultura que se distinga por el manejo de la tecnología en estos dominios de la educación, aunque algunos colegios manejan alguna tecnología desde antes de la pandemia.
Paradójicamente, de lo que más se quejan los padres es de la poca atención que les genera atender una clase en estas condiciones, al comparar la cantidad de horas que pueden dedicarle los menores a un juego virtual versus la intolerancia de unos pocos minutos ante una clase. Todos los padres valoran y añoran en este momento la presencia del profesor como factor fundamental del aprendizaje. Ahora es cuando entienden, a su vez, las quejas anteriores de los profesores ante la “jodencia” de los alumnos y a las cuales se referían como falta de interés del profesor o que “se la tiene montada” a su hijo.
Esto ha servido para llevar el salón de clases hasta la casa para que los padres vean en acción a sus hijos y las marcadas dificultades que muestran. “Sí es cierto que mi hijo es inquieto”, “la verdad es que tiene un serio problema de aprendizaje”, “mi hijo no se concentra para nada”, “no le he metido su par de chancletazos, que es lo que se merece, porque el pediatra lo prohibió”. Y como estas, una retahíla de frases parecidas que escuchan pediatras, psicólogos, psiquiatras, terapeutas, en estos momentos en que la virosis hizo reconocer a los padres que su hijo tiene problemas para aprender de esta manera.
Un concepto muy importante que quiero transmitir es que los padres y los profesores tendrán que convencerse de estar enfrente de niños con un cerebro diferente al nuestro, por evolución, no por una enfermedad, ya que es mundial. Dentro de esas diferencias hay también muchas en sus cuerpos, pues no tienen la misma contextura anterior y, en su remplazo, estamos hablando de cuerpos normales pero con una configuración diferente. De 10 menores que atiendo en consulta, 11 tienen una hipotonía muscular y un trastorno de integración sensorial –disculpen la hipérbole, pero es un llamado de atención para una mejor revisión- y no se resuelven con pastillas sino con un montón de terapias que serían complementarias de la educación.
Ni qué hablar de los sectores sin acceso a la tecnología.
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