
El 20 de diciembre de 2005 la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que desde esa fecha se conmemoraría todos los años el Día Internacional de la Solidaridad, y se consideraría como un día “para celebrar nuestra unidad en la diversidad; para recordar a los gobiernos que deben respetar sus compromisos con los acuerdos internacionales; para sensibilizar al público sobre la importancia de la solidaridad; para fomentar el debate sobre las maneras de promover la solidaridad para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ente otros, el objetivo de poner fin a la pobreza; para actuar y buscar nuevas iniciativas para la erradicación de la pobreza”. El programa para la sostenibilidad “pone en el centro a la persona y al planeta, se apoya en los derechos humanos y está respaldado por una alianza mundial decidida a ayudar a la gente a superar la pobreza, el hambre y las enfermedades”.
Una de las iniciativas de peso fue la creación del Fondo Mundial de Solidaridad para erradicar la pobreza y la promoción de la cultura de la solidaridad y el espíritu de compartir, que los acomodados les den a los pobres.
Cada vez que leo que las Naciones Unidas crearon un nuevo día de solidaridad no puedo más que respetar a estas personas que se sientan a deliberar acerca del planeta Tierra ideal, enfrentado a uno real que dista mucho de su buena intención, para luego escoger un día y conmemorar tal decisión basados en criterios también idealistas, como en este caso: igualdad, inclusión y justicia social, junto con la erradicación de la pobreza.
También, con el debido respeto, me pregunto para qué ha servido, a pesar de su buena intención, en tanto convencer al ser humano de ser solidario. Un rápido repaso de lo que ha pasado en los 14 años desde su fundación muestra un panorama completamente contradictorio: el ser humano está en uno de sus peores momentos mentales, con un egoísmo radical en una lucha por el poder entre los que están cercanos a esa instancia de la sociedad, que son minoría; o en una lucha por sobrevivir entre el resto de seres humanos, la mayoría, ecuación que en la Teoría de Juegos se conoce como “mi riqueza es equivalente a tu pobreza”. Yo amplío el concepto a pobreza económica, mental, conceptual, ideológica, que la vuelve patológica.
¿En cuál de esos dos cerebros puede germinar la cultura de la solidaridad basada en la igualdad, la inclusión y la justicia social? ¿Cuántas personas en este mundo han sido beneficiadas con un programa tan digno de ser apoyado, cuántas saben que esto existe?
Es una ecuación desbalanceada, mientras la pobreza y la destrucción del planeta avanzan en progresión geométrica, las ayudas y muestras de solidaridad avanzan en progresión aritmética, nunca podrán encontrarse, a pesar de las buenas intenciones.
Cambiar un paradigma de este tipo implica cambiar el cerebro de las personas.
haroldomartinez@hotmail.com
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