Hacía mucho tiempo no me tocaba enfrentar la situación de estar frente a un colega en plan de ser yo el paciente y tener que someterme a un procedimiento médico para saber lo que me aqueja y plantear un tratamiento en consecuencia. Sobre todo a estas alturas del partido cuando la mayoría de edad nos pone a pensar en diagnósticos que podrían quitar el sueño. En este sentido no hay nada peor que ser médico, porque tenemos la tendencia a pensar lo peor como conocedores de las implicaciones de cada signo y síntoma del cuadro clínico. Por eso se dice, y con razón, que los médicos somos los peores pacientes, sea que minimicemos lo que sentimos o exageremos por el temor natural a la enfermedad.
Ayer me tocó en el plan de hacerme un procedimiento para descartar o confirmar algo que vengo sintiendo y que tiene una explicación, es decir, un diagnóstico y, por tanto, un tratamiento. Prepararse para tal fin tiene unas consecuencias en la mente que todos queremos evitar, por eso nos convertimos en negadores y no visitamos a los médicos porque confiamos en que nuestra terquedad descarte cualquier patología. Cuando no se logra por esa vía, acudimos a otra forma de negación representada en la oración o en cualquier método parecido que pase la preocupación a otros y no tengamos que obligarnos a pensar que tenemos algo que resolver.
En mi caso estoy fregado por los dos lados, me cuesta mucho trabajo negar la realidad y, a cambio, ponerme a pensar en la inmortalidad del cangrejo, como también se me dificulta muchísimo ponerme a rezar para negar lo que me pasa al trasladar mis preocupaciones a segundas personas o creencias. Ni sé negar la realidad ni sé rezar, así que decidí observar mi mente en medio de las preocupaciones por mi salud y la necesidad de un diagnóstico.
En medio de todas las mentiras que me echaba para descalificar cada síntoma que siento, preferí llenarme de las mentiras noticiosas acerca de las guerras -las internas en nuestro país y las que están allende las fronteras, como la que hay entre Rusia y Ucrania-, pero terminé fastidiado al poco tiempo porque es insoportable tener la conciencia de la historia de los conflictos y leer o escuchar la cantidad de mentiras que se dicen defendiendo cada quien sus intereses en relación con dichas guerras.
De tal manera que, me pareció más sano pensar nuevamente sobre polemología (estudio científico de la guerra) e irenología (estudio científico de la paz) para repetirme y convencerme de la utópica esperanza que estas ciencias plantean cuando afirman que todas las guerras han podido y han debido evitarse para garantizar la vida de millones de personas, combatientes o civiles, en un sacrificio inútil que pudo terminar de otra manera si los que incitaron a las guerras se hubieran permitido por algún momento aceptar que no tenían la razón y que no había necesidad de matar gente.
Cuando volví a mi realidad, la enfermera me estaba canalizando una vena para la anestesia y cerré los ojos con la esperanza de un buen diagnóstico y el anhelo utópico del fin de los conflictos.
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