Por intermedio de José Deyong me enteré del homenaje que se está haciendo en Argentina a los grandes de su boxeo y me envió nota alusiva a una de las leyendas mundiales, Don Amílcar Brusa, a quien tuve el honor de conocer y disfrutar de una amistad que se dio en el ring de boxeo de la cuadra de boxeadores Cuadrilátero, de Billy Chams. Llegué allí porque Billy me invitó a que participara en la preparación mental de los aspirantes a título mundial después de leer un escrito mío en Diario del Caribe en defensa de Tomás Molinares, campeón mundial welter con Don Amílcar, a raíz de una serie de comentarios en su contra que desmentí como psiquiatra para proteger su imagen.
Don Amílcar no era un entrenador de boxeo, era un padre que enseñaba a sus hijos a boxear, los adjetivos que utilizaba para llamarlos –chiquito, nene- contrastaba con la imagen que veía en el ring de entrenador rudo de un metro noventa de estatura, exigente, cuya voz resonaba potente en cada explicación o maniobra. Obsesivo en la preparación de sus muchachos se sentaba conmigo todos los mediodías en que yo iba a trabajar con el boxeador para acoplar esa información al entrenamiento físico y mejorar al aspirante en cada aspecto.
Me dio la oportunidad de trabajar con él en tres combates por título mundial y estar en la esquina en dos de ellos. La primera pelea fue la de Francisco Tejedor por el título mosca, el cual logró y representó para mí un gran orgullo por la preparación mental que realicé y el reconocimiento de Don Amílcar y de Billy. La segunda fue por el título supermosca con Orlando Tobón, a la cual llegué entusiasmado por el logro anterior, pero Don Amílcar me bajó de la nube desde el primer día. Es un tremendo boxeador, pero va a perder, me dijo. Le pregunté por qué y respondió “A menos que usted lo convenza de hacer los ejercicios anaeróbicos”. Ejercicios para encontrar oxígeno donde no lo hay. Tobón no aceptó ninguna intervención mía en ese punto, no los hizo y perdió la pelea. En los últimos asaltos no podía con los guantes y se salvó de un knockout gracias a su cintura y porque su rival, Harold Grey, no hizo su mejor pelea. Gran aprendizaje para mí.
La tercera fue de Harold Grey y la preparación debió ser diferente. Hacía poco había fallecido Jimmy García en una pelea por título mundial, así que le tocaba hacer una gran pelea porque, como me dijo Don Amílcar, no sólo debía ganar el título sino reivindicar al boxeo como deporte. Hicimos con Grey largas caminatas en las playas de Salgar hablando sobre este asunto tan delicado y su misión en el ring. Ganó el título pero no pude estar en la esquina para celebrarlo porque ese mismo día se graduaba de bachiller mi hijo en Popayán. Al regresar, me invitó a su casa a tomar un café, él un mate, para darme las gracias por el trabajo que realicé con el boxeador y ratificar nuestra amistad que se originó en el Arte de Fistiana.
Me complace que se haga en su propia tierra este homenaje a uno de los más grandes entrenadores de la historia del boxeo, una verdadera leyenda, y que me haya permitido ser su amigo.
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