De los intentos que he leído para concretar una definición de odio, la de Sigmund Freud es la que me parece que lo dice todo y fácil de comprender para cualquier lector: “El odio es un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad”. Al ser un estado yoico es, por lo tanto, consciente. Desear es un verbo que indica un propósito. Destruir es un verbo que aclara el deseo. Infelicidad es un sustantivo que especifica el origen de ese estado yoico. Todo lo cual genera unos sentimientos como disgusto, rechazo, aversión, antipatía, enemistad o repulsión, en contra de una persona o grupo de personas, situaciones, fenómenos o cosas en general. Son sentimientos profundos y duraderos.
Eso que la gente llama odio visceral tratando de explicar el nivel de compromiso de todo su cuerpo, tiene una clara expresión en el cerebro, en sitios precisos que ya se han detectado cuando se realizan estudios cerebrales con métodos especiales que permiten ver el cerebro en acción. Sería complejo definir en poco espacio todo el estudio, básicamente es observar la función cerebral de personas que hayan expresado odio intenso contra alguien y le muestran fotografías de personas neutrales y de aquella odiada. Están tan ubicadas las áreas que reaccionan en esas condiciones, que se le conoce como Circuito del Odio, y comprende áreas que también están implicadas en las conductas agresivas.
Hago mi propio estudio de las reacciones de aquellos a quienes les envío lo que me llega en las redes, lo cual contiene ataques de todo tipo y en particular los de tipo político. He encontrado dos reacciones claras: una es un análisis de lo que remito y la otra es un meme o un escrito igual o peor de venenoso del que le acabo de enviar. Y no hago más que comprobar lo que dice Yuval Noah Arari en su libro “De animales a dioses”, en el que plantea que el mayor logro del homo sapiens es que unos pocos controlaran a otros por la aparición de la ficción, y crearan ciudades y estados con millares de personas, religiones, sistemas judiciales. Un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes que sólo existen en el imaginario colectivo.
Lo que hay en las redes, en el caso de Colombia, es una guerra terrible entre bandos políticos polarizados que arrastran detrás de unas ficciones partidistas que, no tendrían nada de malo si se dedicaran a sustentar un discurso límpido, sin ataques de ningún tipo, en el que se les pudiera entender algo diferente al odio que destilan en esas pantallas electrónicas, siquiera una propuesta para la mayoría de personas en este país que no hacen parte de esa batalla y que esperan una mejoría de sus condiciones, que no se favorecen con estos discursos.
Habrá que desactivar ese circuito neuronal perturbado para las próximas elecciones, la carga emocional está en el borde. No queremos más ese discurso perturbador del odio.