Me las enseñaron en la Facultad de Medicina de la Universidad del Cauca en los 70 y hoy las recuerdo en función de la alarma mundial debida al Coronavirus. Son partículas diminutas que expulsamos permanentemente por nariz y boca al hablar, respirar fuerte, toser, estornudar, incluso en una charla tranquila, flotan en el ambiente y pueden llevar gérmenes entre personas, pues permanecen hasta media hora suspendidas en el aire, por lo que suelen ser transportadas por la brisa y avanzar unas distancias considerables, o en la ropa y en la suela de los zapatos y ser conducidas a cualquier parte.
Fueron descritas en 1890 por Carl Georg Friedrich Wilhelm Flügge, bacteriólogo e higienista alemán, demostración que sirvió de base para que en 1897 Jan Mikulicz-Radecki propusiera el uso de máscaras de gasa en los quirófanos con el fin de evitar que contaminen el campo quirúrgico.
De tal manera que, excepto por una consideración especial, el fin de la mascarilla o tapaboca es evitar que alguien potencialmente portador de gérmenes en su tracto respiratorio pueda contagiar a las personas a su alrededor, no es para evitar ser contagiado. Por ejemplo, podemos usar el tapaboca más sofisticado durante todo el tiempo en la calle, pero llegamos a la casa nos lo quitamos y nos restregamos la cara sin lavarnos las manos, perdimos el dinero, el tiempo y la salud.
Estas gotas son la quinta esencia del contagio en enfermedades de las vías respiratorias, por lo que es indispensable conocer su existencia para asumir las responsabilidades que nos corresponden como ciudadanos del mundo frente a una situación como la actual de alarma mundial por el Coronavirus y ante las medidas de las autoridades en cada país. El toque de queda en ciudades y municipios no es un invento sensacionalista de un presidente y su ministro de salud, es una recomendación de las autoridades sanitarias de la Organización Mundial de la Salud para disminuir el impacto del virus en el período más importante de progresión geométrica del número de casos.
Entre nosotros, me siento obligado a decirlo, se trata de una medida represiva que es bienvenida, como única forma de hacerle entender a un montón de gente en este país que son unos irresponsables a quienes hay que tener encarcelados en sus casas, ya que la plastilina no funcionó, para que puedan entender que todos podemos ser portadores sanos del virus o llevarlo en la suela de los zapatos después de haber pisado en la calle unas mucosidades que arrojó algún portador. Así de simple y, por tanto, letal.
Uno de los últimos decretos me plantea un problema ético. Se dice que los mayores de 70 años deben permanecer en sus casas, yo recién estoy estrenando mis setentas y no sé si obedecer o atender a los pacientes que tengo citados. El mismo dilema que se les presenta a los colegas que deben ponerle el pecho al asunto y asumir su juramento.
Haroldo Martínez
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