Que la psicología sea solo cosa de locos, es uno de los mitos más grandes de mi profesión. Es increíble cómo este tema en ocasiones resulta tergiversado por los medios de comunicación, por el cine, la literatura e incluso, por cualquier individuo. Vivimos en una sociedad que le teme a esta práctica y a diario escuchamos comentarios como: “no voy al psicólogo porque no estoy loco”.
En términos muy sencillos, la psicología es una ciencia que estudia tanto la psiquis (mente) como la conducta humana. Los seres humanos no estamos hechos solo de carne y hueso, pues nuestra mente es quien lidera nuestro actuar.
El psicólogo no es un profesional que solucionará la vida del paciente ni borrará lo que este siente. Pues algunos de los comentarios más comunes que vemos en consulta son: “vine para que me quite esto que tengo”, “qué debo hacer”, “¿estoy loco?”.
El psicólogo es un puente, un guía, un observador y un analítico (no es un mago), quien, junto con la colaboración de su paciente, le ayudará a encontrar las herramientas necesarias para solucionar o sobrellevar cualquier situación que la persona esté atravesando.
Ahora bien, no podemos olvidar lo más importante de todo esto. El psicólogo es un ser humano igual que su paciente, que también siente emociones y se deprime. Lo que lo distingue, es el conocimiento de las herramientas que lo convierten en un profesional capaz de intervenir en su salud mental, lo que no lo exime de cometer errores.
Todos y cada uno de los seres humanos hemos experimentado alguna situación en nuestra vida que nos ha llevado a ser quienes somos hoy en día. Nosotros no actuamos como lo hacemos ni nos equivocamos porque sí, porque así nacimos. Todo tiene una explicación y cada decisión que tomamos y cada palabra que decimos, está mediada por nuestro pasado y por nuestras experiencias vividas. Lo anterior no nos hace locos, nos hace humanos.
Es normal no saber, en ocasiones, cómo afrontar dichas situaciones, pues no nacemos con un manual de instrucciones sobre cómo reaccionar frente a las adversidades. Lo que sí es cierto es que todos somos capaces y tenemos las herramientas suficientes para afrontar las circunstancias que se nos presentan, porque sí, así es la vida, en ocasiones todo es felicidad y de un momento a otro, todo es amargura.
Por eso me encanta la frase de que la vida es como una montaña rusa, no hay nada más cierto en ella. El punto está en saber cómo afrontar esos miedos y en cómo detectar las emociones, en ocasiones contradictorias, que se pueden llegar a sentir en milésimas de segundos. Encontrar estas herramientas no es trabajo fácil y menos cuando la vida nos sigue sorprendiendo.
Es por esto que, si queremos mejorar nuestra forma de ser, descubriendo quien somos y porqué actuamos como lo hacemos, o si queremos enfrentar una situación crítica, debemos plantearnos la idea de acudir a un psicólogo, dejando a un lado la falacia de que buscar ayuda es para débiles o para locos. Pues no hay nada más responsable, maduro e inteligente que buscar ayuda cuando más se necesita.
Junto al paciente, podemos encontrar el fondo del problema; aceptarlo, controlarlo y vivir con ello. Porque si hay algo cierto en esta profesión y que los pacientes deben tener claro, es que su mente no se va a borrar, pues nada se olvida y todo se recuerda. Pero aprenderán algo mucho más mágico: a vivir con aquel recuerdo incomprensible o con ese acontecimiento que los llevó a ser lo que son hoy en día, y eso, señores y señoras ¡no tiene precio!