Hagamos un recorrido de lo ocurrido al primero de junio. Teníamos dos alternativas: la primera consistía en no cerrar la vida social para preservar la economía y atender la emergencia con los recursos que se tenían; este escenario nos era difícil pues el sistema de salud es pésimo. La otra alternativa era cuarentana estricta para proteger la vida y destinar todos los recursos al sistema de salud. Al inicio, en medio del pánico y afán político, el Gobierno no optó por la primera pensando en la vida de las personas, a riesgo de una quiebra económica. Tampoco optó por la segunda; la acogió a su manera: con vacilaciones, reservas y sometido a presiones y acuerdos con grupos poderosos, siempre en la sombra. No preparamos el sistema de salud pues la plata terminó en bancos, grandes empresas y en débiles ayudas a los más pobres. En abril, empezamos a dar botes, del timbo al tambo, y se da la primera apertura pensando exclusivamente en la economía, cuando la capacidad de respuesta del sistema de salud no había mejorado. Hoy está igual que en marzo, con 3000 camas UCI de 12.000 prometidas para mayo (se concentró el sistema en la pandemia, reduciendo severamente la atención de otras necesidades de salud); y, sin embargo, se optó por reabrir gran parte de la economía formal, en un momento crítico de contagio. Pusimos en riesgo la estabilidad económica y no mejoramos el sistema de salud. Como consecuencia, los ciudadanos más frágiles se desesperan, ven ambigüedades y orientaciones contradictorias, restricciones, hambre y penurias en el horizonte; y reclaman sus derechos y desacatan medidas confusas, autoritarias e incoherentes.
Perdimos tiempo y oportunidad; favorecimos condiciones para el descalabro de pequeños y medianos empresarios y gran parte del sector informal. Hoy, con datos en la mano (tarea fácil) la alternativa hubiese sido pasar del cierre total inicial, con el sistema de salud preparado, a la apertura total regulada, sin discriminación y con una adecuada capacitación ciudadana; y todos trabajando. Si bien hubiésemos asumido un costo no marginal en vidas, se habría salvado la economía y preparado la capacidad para los momentos más difíciles.
No tenemos modelo. Y aquí estamos: echándole la culpa a los ciudadanos, rogando que nos vendan equipos en el exterior, temiendo al pico de la pandemia y con un futuro de penuria para todos. Saldremos de esta con más concentración de riqueza, más desempleo y pobreza, descenso de sectores medios, un alto precio en vidas y el deterioro de los eventos de salud cuya atención ha sido aplazada. Qué incompetencia. Elegimos gobiernos para acertar, no para ensayar. Los ciudadanos no imponemos la política; la apoyamos y la exigimos.