
Yo hablo bonito de La Guajira
La Guajira merece y necesita una transformación social que la aleje de sistemas corruptos y la acerquen a sus potencialidades.
La Guajira es una tierra que se escribe en femenino y es majestuosa. Cabeza de Colombia y vientre de grandes riquezas culturales, naturales y pluriétnicas. Es una metáfora universal, una tierra de fuerza femenina. Es la DAMA de Colombia, que entre 32 departamentos es el único que se escribe en femenino. Una Dama Resiliente, creativa, poderosa y fructífera.
El título de esta nota, corresponde a una campaña que lidera el emprendimiento Asawaa, y lo escogí porque quiero abrir espacio a reflexiones que nos permitan reconocer las problemáticas que viven todos los territorios – no solo La Guajira - pero también que no se desconozcan los procesos esperanzadores y que aportan al desarrollo de una tierra –resiliente- que no se resigna a morir condenada al fracaso, que no se rinde ante la crisis, ni se olvida que nuevos soles vendrán para ella; como lo demuestran sus cactus, que entre más inclemente esté el clima y más adversidades se presenten, siguen reverdecidos.
Con esto no pretendo romantizar y negar las realidades crudas que se padecen por causa de la desigualdad sistemática y estructural, pero es igualmente dañino no reconocer que pasan cosas buenas; lo bueno y esperanzador también pasa en la Guajira que vemos enferma o desahuciada en diferentes reportajes basados en visiones centralistas, racistas y desconocedoras de muchas realidades. Si bien, la solución no es un optimismo (motivacional y engañoso) sin acciones transformadoras; tampoco lo es, la indiferencia social o el olvido de lo bueno.
Por esta razón, hablar bonito de La Guajira es concentrarnos en sus bondades y retornar a una perspectiva de relaciones solidarias y humanizadas, que logremos tejer lazos sociales que nos identifiquen como un pueblo que piensa y actúa desde criterios de inclusión y respeto, un territorio capaz de cambiar la receta de la indiferencia y los prejuicios, por un universo de posibilidades y que no ejerza el -canibalismo sociocultural - que instala a cualquier territorio en la involución, necesitamos unirnos e incluso desde las diferencias sumar esfuerzos para que cambiemos el imaginario que muchos tienen de lo que es La guajira, pero sobre todo para vivir en ella dignamente como merecemos todos y todas.
Hay que creer en la Guajira, amarla, aportarle, transformarla; porque más allá de ser lapidarios y señalar todo, debemos ser ejemplo de transformación; dejar de criticar y actuar, sacudir la creatividad para comenzar a producir nuevas ideas, pues el mundo no cambia si cada uno no lo hace y en la Guajira falta que se unan las voluntades de amor por la dama majestuosa de Colombia, que hagamos una nueva sociedad. “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, decía Eduardo Galeano.
Y cierro estas letras, afirmando que La Guajira es una tierra que merece ser cuidada y respetada por todos y todas; nativos, turistas o los que sin nacer en ella merecen ser llamados guajiros y guajiras por adopción. Su biodiversidad y pluriculturalidad la hacen majestuosa. Es momento de vivirla sin racismo y desde visiones incluyentes desde apropiaciones culturales. Basta de discriminaciones y posturas verticales que denigran a sus comunidades, basta de instrumentalizarla y de tratarla como una región menor del país, cuando es cabeza y cuenta con una riqueza cultural, biodiversa, pluriétnica y de recursos naturales.
La Guajira merece y necesita una transformación social que la aleje de sistemas corruptos y la acerquen a sus potencialidades, la unión de sectores académicos, privados, organizaciones sociales, entidades territoriales y gobierno nacional; porque no hay duda de que es un reservorio de riquezas que activan las opciones de reinventarla sin caer en la desesperanza aprendida. En otras palabras, hay que fortalecer la autoestima por nuestra tierra. Por eso, el camino es hablar bonito de La Guajira y accionar cosas buenas para ella.
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