Colombia no puede tolerar que se repita con los excombatientes de las Farc el exterminio físico y sistemático que afrontaron los integrantes de la Unión Patriótica en los años 80 y 90, cuando se estima que más de 3 mil de sus militantes fueron asesinados como resultado de un macabro plan orquestado y ejecutado por sectores políticos, paramilitares y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.
Una alianza criminal contra los movimientos de izquierda que repartió dolor en buena parte del país. Enhorabuena la Fiscalía declaró en 2014 como delitos de lesa humanidad estos asesinatos garantizando que seguirán siendo investigados para llevar ante la justicia a los responsables.
Más de 30 años después, la historia de odio y venganza que carcome las entrañas de la Colombia más profunda vuelve a cobrar nuevas víctimas. Entre ellas, el excomandante del frente 21 de las Farc, Wilson Saavedra, baleado esta semana por sicarios en el Valle del Cauca, donde lideraba un proyecto productivo con otros exguerrilleros y campesinos.
Saavedra estaba comprometido con la paz, avanzaba en su programa de reincorporación y trabajaba para garantizar su permanencia, la de sus compañeros y familias en la legalidad.
Con él, son 114 los excombatientes asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Además, 31 familiares de los desmovilizados han sido víctimas de los violentos en una clara retaliación contra sus seres queridos.
Un rosario de muertos que muchos “colombianos de bien”, presos de sus rencores y con repudiables argumentos, celebran. Vileza humana. Hay que ser muy mezquino para alegrarse de la muerte de otro ser humano del que dicen no merece otra opción que pagar sus delitos con la vida misma. Esa es una lógica miserable que nos atornilla en la barbarie de la que tanto nos quejamos, pero nos resistimos a abandonar.
Dar el paso hacia la reconciliación se ha convertido en una tarea que nos ha quedado grande a los colombianos. Durante años clamamos para que se desmontara la máquina de matar en la que se habían convertido las Farc y para que los guerrilleros buscarán opciones de vida distintas a asesinar, extorsionar y secuestrar. Luego de un acuerdo que no fue perfecto, pero logró la desmovilización de miles de hombres armados, hoy nos encontramos en un punto de máximo riesgo en el que todo el andamiaje de la paz con las Farc amenaza con venirse abajo.
El posconflicto del posconflicto está resultando más duro que la guerra misma por el asesinato de los líderes sociales, el fortalecimiento de las disidencias de las Farc, la expansión de las economías ilegales, los cultivos ilícitos sin control, los cuestionamientos a la JEP, los llamados a una Asamblea Nacional Constituyente, un Estado que no llega a los territorios que dejó la exguerrilla…
El país se debate hoy entre defender la paz o hacerla trizas. ¿Cuál es el puerto al que quiere llegar este barco a la deriva en el que se ha convertido Colombia? ¿Quién será el capitán que le marque el rumbo? Desesperanza.