La historia de Nicaragua parece una gran obra de teatro en la que los actores intercambian a lo largo del tiempo los roles principales. Hace unas décadas, Daniel Ortega representaba al líder de las fuerzas democráticas rebeldes que luchaban contra la cruenta dictadura de Anastasio Somoza para liberar a su país. Hoy el mismo exguerrillero representa el papel de dictador despiadado con tanta fidelidad y apego al guion original que asombraría y agradaría al ya desaparecido Anastasio Somoza.

En el año de 1978, poco después del asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro, los habitantes del barrio indígena de Monimbó, en la épica ciudad de Masaya, se alzaron contra el régimen somocista. Resistieron con armas caseras durante casi una semana a pesar de los bombardeos y ataques desproporcionados de la Guardia Nacional. La posterior caída de Masaya fue mostrada ante los medios de comunicación como un gran triunfo del régimen dictatorial.

Cuarenta años después el gobierno de Ortega recrea esta escena al entrar en esa emblemática ciudad con una enorme fuerza armada compuesta por soldados, policías y grupos paramilitares orteguistas, doblegando con desproporcionada violencia a los jóvenes que protestaban contra la dictadura. La violenta operación debía cumplirse contra toda oposición, dado su valor simbólico, pues este jueves, 19 de julio, la Revolución Sandinista cumple 39 años.

En las últimas décadas el Caribe ha visto renovar sus dictaduras y parecen soplar buenos vientos para ellas, pues de nada han servido los llamados de la iglesia y las condenas de los gobiernos y los organismos internacionales. Ahora estos regímenes no se fundamentan en la intervención del capital norteamericano sino que encuentran aliados en la expansión mercantil de China y en el comercio de armas de la Rusia de Putin, como lo hace el régimen de Maduro.

Acogerse a la sombra ideológica de la izquierda garantiza al menos un cierto silencio de algunos gobiernos y también de sectores políticos y académicos del continente. Como lo afirma la escritora brasileña Eliane Brum, “una izquierda que deja que Daniel Ortega mate en su nombre no tiene dignidad y está sumida en una crisis mucho mayor de lo que supone”.

La cifra de jóvenes muertos hasta la fecha se acerca ya a los 400. Una figura internacionalmente reconocida como el poeta Ernesto Cardenal afirmó que Nicaragua vive hoy un “terrorismo de Estado”. El exvicepresidente y laureado escritor Sergio Ramírez ha calificado a la violencia oficial como una “represión sin sentido”. Esta aserción nos remite directamente a la obra del pensador oriental Byung Chul Han. Como este lo afirma en su obra Sobre el poder, la violencia se vuelve pura y sin sentido cuando se la despoja de todo contexto comunicativo. Lo que busca este tipo de violencia, casi pornográfica, no es la obediencia, que al fin y al cabo sigue siendo un acto comunicativo, lo que pretende en realidad es extinguir por completo el hacer del otro, su voluntad, su libertad y su dignidad y, de esta forma, alcanzar el exterminio de toda alteridad.

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