El Heraldo
Opinión

El doctor Pirinola

En el reino de Trapisonda los ciudadanos estaban tan cansados de la corrupción de sus congresistas que, creyendo que ya peor no les podía ir, ahora optaron por elegirlos al azar, y no por votos. Lo malo fue que, a pesar de que en esa lotería participó todo el país, los congresistas de siempre demostraron tener la suerte más grande del mundo: ellos mismos fueron quienes resultaron ganadores en la rifa de los nuevos escaños.

Lo que no se vea en unas elecciones, ya eso nunca lo va a ver el ciego. En la Ana Karenina de Tolstoi sale un tal Sviazhski, mariscal de la nobleza, que “consideraba que el campesino ruso, por su grado de desarrollo, ocupaba un escalón intermedio entre el hombre y el mono, pero en época de elecciones estrechaba de buena gana las manos de los campesinos y escuchaba sus opiniones”. 

Y, en el Pickwick de Dickens, al honorable Samuel Slumkey –candidato al Parlamento por la ciudad de Eatanswill–, su jefe de campaña le ponía en la puerta “veinte hombres perfectamente lavados para que usted les estreche la mano, y seis niños en brazos para que usted les acaricie las cabecitas y pregunte por su edad”. Ahí ambos partidos, los azules y los amarillos, se daban duro: alquilaban coches para traer votantes desde Londres; emborrachaban y encerraban a los electores del adversario, o les echaban láudano en el aguardiente para que despertaran ya después de pitos. “Anoche tuvimos un té (…). 45 mujeres y a cada una le dimos al salir un quitasol verde (…). Esto nos atrae a sus maridos y a la mitad de sus hermanos”. Y también, cómo no, la compra directa de votos a quienes burlonamente Dickens llama “individuos calculadores y reflexivos”.

Por lo demás, en sus discursos los dos candidatos de Eatanswill manifestaban su opinión “de que no existía en la tierra casta de hombres más concienzudos e independientes (…), más nobles y más desinteresados” que sus propios votantes, a la vez que dejaban “traslucir su sospecha de que los electores del otro bando padecían ciertas enfermedades y hábitos de pulcritud dudosa que les incapacitaban”.

Pero lo mejor es de nuestro David Sánchez Juliao, con su doctor Pirinola, aquel gran político de Lorica “bueno pa’ levantar votos, berraco pa’ la intriga” y diablo “pa’ quitar y poner empleados; pero, eso sí, bruto como él solo”. El día de las elecciones se conseguía una cuerda de 2 kilómetros y obligaba a sus votantes a agarrarse de ella para, en fila, llevarlos a las urnas. También era orador de plaza pública, de moral inflexible y gran coherencia de ideas: “¡Loriqueros de Lorica! Ustedes se preguntarán por qué hace unos años me vieron en esta plaza con el doctor Nacho Vives hablando mal del doctor Lleras, y ahora me ven con el doctor Lleras hablando bien de Nacho Vives. Se preguntarán por qué, y voy a explicarlo…”.

Gracias a Dios aquellos tiempos bárbaros ya no son. Y el hecho de que esta columna salga justamente hoy, domingo electoral en Colombia –y no en el reino de Trapisonda–, no es más que pura coincidencia macondiana.

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