Expongo hoy una experiencia personal pensando en los incontables ciudadanos que, en circunstancias semejantes, no pueden ser escuchados. Regresé hace algunos meses de ese trance temporal llamado sueño, con las legiones de neuronas que me asisten preparadas a resolver los retos que les impongo diariamente. No importa si ellos implican descifrar los tics de las comisuras de los labios de las hienas, o el aparataje emocional de Fernando Vallejo; después de una larga noche yo estaba lista para saciar mi curiosidad en Internet y, además, despachar mis compromisos rutinarios. Pero, ¡oh sorpresa! El combo por el que pago puntualmente a la empresa Claro estaba muerto; en su pretensión de excelsa trinidad, Internet, televisión y teléfono viven y mueren conjuntamente. Llegado el servicio técnico, y después de haber revisado una maraña de cables, los operarios descubrieron que en un recóndito lugar de los ductos del edificio alguna mano atrevida había cortado nuestra conexión. Un nuevo vecino, dijeron los contratistas de la empresa Claro. ¿Con ayuda de quién? Nunca supimos, pero, como tantos ciudadanos –por demás desacertados– respondimos con decencia a la indecencia y dejamos así las cosas.
Poco tiempo después me ausenté de la ciudad y, ¡oh sorpresa!, al volver debí afrontar que la excelsa trinidad –Internet, cable y TV– había muerto nuevamente. Solicitada la asistencia a la empresa Claro, que hasta entonces había sido medianamente eficiente, comenzó nuestro viacrucis en pos de recuperar el servicio. A partir del 22 de enero tres visitas técnicas –de aquellas que nos indican que podrían ocurrir en un lapso de cuatro horas y obligan a los usuarios a suspender sus actividades para sentarse a esperar– fueron incumplidas por la empresa, y mejor no enumerar las veces que llegaron en horarios no acordados, ni el confuso seguimiento que le hacían a la maniobra de resurrección los muchachos de la línea de atención. Finalmente, el 27 de enero apareció un operario dispuesto a ponerse al frente del asunto, y al cabo de una jornada de especulaciones en la que, además, hubo que sortear la negativa a colaborar de algunos vecinos, ¡oh sorpresa! La conclusión fue que el cable había sido cortado una vez más. Una mano corrompida resolvió utilizar nuestro lugar en el intrincado ducto. ¿Con ayuda de quién? Quisimos averiguarlo, pero el joven se había ido a programar una nueva visita técnica para reinstalar todo el cableado.
El 28 de enero llegó un operario nuevo. Para entonces ya sabíamos que mi esposo debería abandonar sus compromisos y servirle de asistente, o la enclenque trinidad seguiría durmiendo el sueño de los justos. En resumen: nuevo ducto, nuevos cables, y la prueba de que Claro carece de idoneidad para controlar a quienes, sin ética, manipulan sus redes. ¿Con ayuda de quién? Le corresponde a la empresa averiguarlo.
berthicaramos@gmail.com