Así como es usual, el 2020 comenzó con las brisas que le dan la bienvenida a la época más esperada del año por muchos: el carnaval. Casi como un presagio de lo que venía, mi experiencia en la Batalla de Flores fue distinta a la de los años anteriores. Por primera vez hubo una falla eléctrica en el equipo de sonido que, a pesar de la ayuda de los técnicos, no fue posible arreglar durante el desfile, lo que nos obligó a buscar otras alternativas en plena Vía 40. Con el relato de esta anécdota inicié el año expresándole a mis lectores la importancia de reinventarse ante circunstancias inesperadas, actitud que fue vital para los meses venideros.

Y la ilusión de la ciudad por la Asamblea del BID fue nublada por la noticia de su cancelación debido al Covid-19, el cual, en ese momento, no alcanzábamos a dimensionar. Los meses de cuarentena fueron bizarros, con aprendizajes de convivencia en el núcleo familiar, con encuentros muy de cerca con nosotros mismos, con serias dificultades para el sector informal, para las mujeres, para los jóvenes, para aquellas personas que perdieron su trabajo o sus empresas, para nuestros gobernantes, para el personal médico y, especialmente, para aquellas personas que no le ganaron la batalla al coronavirus y para sus seres queridos.

Este tropezón nos ayudó a comprender realidades que antes no veíamos. A nivel personal comenzamos a valorar la vida y a entender su fragilidad. La pandemia hizo evidente, ante los ojos de muchos, la crisis ambiental, así como las inequidades sociales que, junto a las afectaciones a la salud mental, se agudizaron. Fue, sin duda, un año que nos imploró a gritos una transformación.

Una transformación que, a pesar de las dificultades, comenzamos a experimentar. Nunca se nos olvide que cuando llegó el pico del virus el miedo y la incertidumbre nos intentaron hacer buscar culpables entre nosotros mismos, pero a tiempo nos dimos cuenta de que éramos sus victimas y, juntos, logramos luchar en contra del enemigo común. Pasamos de ser la ciudad señalada a nivel nacional por sus altos niveles de contagio a ser ejemplo en las estrategias de mitigación del virus y de recuperación económica. Fue y sigue siendo indispensable, junto a las políticas locales, el buen comportamiento ciudadano por medio del autocuidado y el cuidado de los demás, evidenciando un giro positivo en la cultura ciudadana cuyo poder la pandemia hizo evidente y la cual debemos seguir fortaleciendo.

Se demostró la resiliencia del sector privado así como su poder transformador, por ejemplo, cuando sumaron esfuerzos para Baqatón, Navidad sin Hambre y para la conformación, por seis entidades, del Comité de Articulación Privada con el propósito de diseñar estrategias de reactivación económica y alinear esfuerzos con el sector público. Hoy reitero mi llamado al sector privado a que ejerza su responsabilidad extendida, incidiendo en lo público y en su entorno para ayudar a mitigar los efectos de la pandemia.

El 13 de abril pregunté en una de mis columnas: cuando todo pase ¿aprenderemos u olvidaremos lo vivido? Y si bien no todo ha pasado, hemos ido retomando nuestras actividades en la nueva realidad; pero ¿seguimos cargando los vicios del pasado? Les pido que no olvidemos las lecciones y que en el 2021 seamos protagonistas de la transformación que a gritos nos imploró este año que culmina.

Un abrazo muy cálido para todos mis lectores, gracias por acompañarme este año en mis reflexiones. Con esta columna me despido del 2020, nos volveremos a encontrar con toda la fuerza en el 2021.

daniela@cepedatarud.com

@DCepedaTarud