La semana pasada recibí una llamada de un amigo cercano con quien, desde que comenzó la pandemia, había dejado de conversar con la frecuencia que solíamos. Me emocionó ver su llamada, sin embargo, cuando contesté sentí su voz lúgubre. Me asusté y exclamé: “¡¿Qué pasó?!”, y me respondió: “Cada vez esto está peor”.
Estuvimos más de una hora al teléfono en la que me contó que no podía más, que estaba frustrado con su empresa la cual había comenzado a reactivarse y en los últimos meses había vuelto a caer, que ya no le daba la cabeza para idear soluciones y era muy difícil volverla a levantar, que se le había acabado la creatividad y no sabía que más actividades inventarse para mantener entretenidos a sus hijos con las restricciones, que estaba sufriendo de ansiedad y depresión y que había perdido la esperanza.
Intenté mostrarle que estaba inmerso en un ciclo de pesimismo que no lo dejaba pensar creativamente y ver oportunidades, pero sentí que no me escuchaba. Decidí investigar un poco para descifrar la manera de ayudarlo y entendí que la actitud que estaba asumiendo mi amigo era de rechazo ante la situación. Él no estaba aceptando esas dificultades que lo aquejaban y buscando maneras de afrontarlas, deseaba que no estuvieran en su vida, estaba buscando culpables, tenía rabia. Y descubrí que cuando esa actitud permanece por largo períodos, como le estaba sucediendo a él, genera unos procesos químicos en el cuerpo que hacen que la capacidad de responder creativamente a estos retos se vea reducida.
Mario Alonso Puig, médico cirujano que estudia el impacto de los procesos mentales en la salud y el bienestar, explica estos procesos. Cuando una persona se está resistiendo se produce una importante liberación de cortisol que detona un proceso químico que concluye en la reducción de la cantidad de oxígeno que entra en la sangre y, por ende, del nivel intelectual de la persona. Al mismo tiempo, el cuerpo interpreta que hay un depredador y redistribuye la sangre para que vaya hacia los músculos, lo cual hace que las áreas prefrontales del cerebro, necesarias para entender y explorar, reciban menos sangre.
Esto nos muestra que la actitud que asumamos ante las dificultades que hoy se nos presentan impactará nuestra capacidad de responder a estas situaciones. Y que la actitud de rechazo nos hará caer en un círculo vicioso desde donde será muy difícil ver las oportunidades.
La buena noticia es que tenemos otra opción que es aceptar la situación, es decir, no frustrarnos, no buscar culpables, ni tampoco resignarnos, sino comprender que debemos aprender a convivir con ella porque va a permanecer por un período de tiempo incierto y, en consecuencia, enfocar nuestra atención en adaptarnos, en solucionar los problemas que de ella se deriven y en transformar la crisis en oportunidad, buscando el para qué en lugar del porqué de la situación, con el propósito de identificar la manera en la que podemos aprovecharla para el desarrollo personal o profesional de cada uno. Esta actitud nos permite utilizar el pleno de nuestras capacidades intelectuales para afrontar la situación, explorar y encontrar soluciones y oportunidades.
Aprender a aceptar es, sin duda, un gran reto en estos tiempos cuando todo es tan desconcertante, pero como dice el poeta Rafael Cadena, “Florecemos en un abismo”. Dejémonos sorprender por la capacidad que tenemos, cada uno de nosotros, de transformar esta crisis en oportunidad.
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