“Y yo me acordé de los meses de calor. Me acordé de agosto, de esas siestas largas y pasmadas en que nos echábamos a morir bajo el peso de la hora, con la ropa pegada al cuerpo por el sudor, oyendo afuera el zumbido insistente y sordo de la hora sin transcurso”. Pocas personas han descrito el universo del calor como lo hizo Gabriel García Márquez. Ese calor pegajoso, arbitrario y pernicioso del Caribe colombiano, que se apodera de todo lentamente y que ha sido revelado al mundo a través de frases como la anterior, del Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. En la realidad real el calor es algo más que una sensación, es un universo con leyes propias en el que suceden las cosas conforme a mandamientos que exigen una manera de caminar, de sentir y de pensar. A tal punto el calor es a veces opresivo, que tan pronto presentimos la llegada de los meses asfixiantes en que la vida se parte en un antes y un después de las horas infernales, afirmamos que el calor “está apretando”. Me temo que los cachacos, que administran el país desde el gélido altiplano, no saben a ciencia cierta lo que tal cosa significa. Como no sea del calorcito vacacional, ese que vienen a buscar con el fin de conjurar el efecto del estrés capitalino sobre el cuerpo –extendido en muchos casos hasta el alma–, ellos no desean saber de sudores repugnantes ni de rayos calcinantes. Como no sea para recrearse bajo la luna plateada al vaivén de alguna hamaca no soportan la canícula, no entienden lo que es dormir sin tener un abanico, sobre todo, si la cama es compartida con un cuerpo que se arrima y provoca que los fluidos corporales se escurran entre las sábanas formando un pegote detestable.

Por ende, ese papelito que llegó a nuestros hogares anunciando beneficios o castigos según consumo de energía en el mes de marzo fue una absoluta injusticia. Un crimen, diría yo, teniendo en cuenta que la penalización fue programada para los días en que el calor comienza a mostrar sus garras. No digo que la campaña ‘Apagar paga’, promovida por el Gobierno Nacional, haya sido un despropósito; pero sí lo fue –y debemos tenerlo claro para un futuro que se vislumbra amenazado por racionamientos– establecer tales castigos igualando el consumo de energía del altiplano con el de nuestro universo abrasador.

Ahora las lluvias comenzaron y la sombra del racionamiento se disipa, sin embargo, en el Caribe el calor apretará con inclemencia y con él aumentarán notablemente el consumo y el abuso en una facturación que en un 40% encubre varios impuestos, dinero de los usuarios que se esfuma sin un destino patente del bolsillo familiar. En marzo, que en mi caso corresponde a lo que gastan dos personas que comparten casa y cama, el cobro a otras entidades fue de 92.630 pesos, de los cuales 47.000 son para el alumbrado público. Un asalto a mano armada. Otro crimen.

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