Algo muy positivo se nos ha revuelto en esta alma caribe en las últimas dos semanas. Una corta serie de televisión que está próxima a terminar, nos ha hecho sentir el orgullo de ser costeños.
Sin chauvinismos baratos y contraproducentes, el placer que ha producido en la población costeña del norte del país la serie Déjala Morir, ha llenado los ojos de los televidentes que en masa han respondido con un radio bemba que hoy en día es virtual.
La factura del producto para televisión ha estado a cargo de personas que conocen esta región, que son de o han vivido en la Costa del Caribe continental colombiano, lo cual le da un aire de autenticidad que ha emocionado a la gente.
Es contradictoria esa idea de la autenticidad en un trabajo de ficción. Sin ser parecida a la realidad, porque es totalmente creada por un equipo de personas, está supeditada al recuerdo, a la historia de algo que sucedió y que nos tocó a todos de alguna manera, en forma de recuento.
Los recuentos artísticos embellecen. Y esa niña Emilia nos llega bella, a través del tiempo que revaluamos mientras apreciamos las magníficas actuaciones, la música, los sets y la propuesta fragmentada de la serie.
Aída Bossa canaliza el espíritu de la cantante folclórica de un modo insuperable, aunque nos resulte extraño que su piel no sea tan morena, aunque es obvio que la maquillan para oscurecerla, preocupándonos un poco con las reminiscencias del blackface, que tanto ha dado para analizar culturalmente.
Solo que Aída ha sido respetuosa con su personaje, que la propia familia de Juana Emilia Herrera ha apoyado y ayudado su proceso de construcción del personaje que ha logrado calar en nuestra imaginación de tal modo que el fantasma de la compositora vuelve a pisar fuerte entre nosotros.
Gracias a la forma en que han hecho la serie, insertando fragmentos que copian una entrevista que Ernesto McCausland le hizo en 1989 y que todos podemos ver por YouTube, sabemos que este elemento de nuestro archivo cultural fue clave para meterse en la piel de Emilia.
No nos cuentan la historia de forma lineal. No les interesa darnos los detalles de una vida que se sabe fácil de novelar. Juana Emilia Herrera fue una mujer fuerte, desordenada, luchadora, sufrida, dueña de una creatividad y determinación que la sacaron adelante.
Y entonces sucede lo bueno: quien no le había parado muchas bolas a esta mujer, porque era parte del paisaje, de lo natural, comienza a preguntarse sobre ella, sus circunstancias y se empieza a querer ir mas allá de lo que nos devuelve la pantalla plana.
Se reivindica una mujer que ahora queremos conocer y que ha sido honrada, gracias a otra mujer, su hija Nelly, quien se encarga de emocionar al guionista para que cuente su historia y al director para que se busque una forma de echar el cuento en imágenes y al compositor de la música para la serie, para que encuentre las melodías y las palabras.
En fin, termina todo un equipo por ser fiel a su memoria creando una nueva memoria.
Ahora todos cantamos otra vez las canciones de la niña Emilia y entendemos que a pesar de bailar el Coroncoro, a lo que estábamos moviéndonos sin saberlo, era al llanto por la pérdida de un hijo.
Esa era la magia de Juana Emilia. Y por esa magia, digamos gracias.