Las últimas marchas en México han cobrado un tono más radical. Agotadas, las mujeres, cansadas de marchar y marchar, entendieron que si no destruían los ventanales y hacían pintas en los monumentos y en las paredes, no serían escuchadas. Porque con frecuencia han marchado pacíficamente, con sus pendones, molestas, rechazando la violencia, pero algo faltaba. Seguían asesinándolas, seguían desapareciéndolas. Entonces entendieron que había que tumbar el patriarcado en serio y ya no como una metáfora.
Un día después a la movilización que hubo en febrero, la policía federal evitaba el secuestro de una niña en Toluca, en el Estado de México, y liberaba a una mujer en Zacatecas que estaba secuestrada desde enero. Esta última fue encontrada en un motel, llevaba unos 10 allí, muy probable siendo explotada sexualmente. Cada vez que el tema se activa en la agenda pública, se mueve uno que otro proceso, pero no existe una política estructural para responder a un fenómeno que está matando a las mujeres y acorralándolas.
México tiene altísimas cifras de estas formas de violencia, intentos de secuestros y desapariciones forzadas. En lo que ha transcurrido de 2019 se cuentan 133 feminicidios en el país Azteka. Colombia no lleva bien la cuenta, aunque diga que sí. Colombia no lleva bien la cuenta de los líderes sociales y el Ministro de Defensa dice que el peor problema es que se roban calzones colgados en tenderetes de patios de las casas. No esperen muchas claridades en este sentido. Pero, pese al juicioso intento de Medicina legal en llevar cifras, seguimos teniendo problemas con los registros. No sabemos a ciencia cierta la dimensión del problema.
¿Se acuerdan de Brenda? La familia no solo denunció que estaba desaparecida sino que llevó la ubicación. Desatendieron a la familia, se demoraron, la tomaron suave y una semana después la fueron a buscar. Ni Fiscalía ni la Policía la encontraron con la ubicación en la mano. Así sería de sistemática la búsqueda. Parecía lo que mi abuela llamaba “mal mandao”. Luego dijeron a los medios que estaban estudiando la brillante hipótesis de que Brenda se había ido por su propia voluntad y de poco sirvieron los plantones que hicieron los familiares y amigos. Luego, al mes, alguien de casualidad se topó con un cadáver en la misma zona, en el mismo lugar donde señalaba la ubicación del celular de Brenda y adivinen qué, era Brenda; siempre estuvo allí, muerta, esperando que la encontraran. En un mes la policía no encontró un cuerpo ni con la información de la ubicación del celular que la familia llevaba. Como ahí sí las cosas se pusieron complicadas, se pusieron a buscar bien las cámaras de seguridad, lo que no habían hecho antes, y como que pusieron a un investigador de verdad, y el presunto homicida está asociado a otros homicidios y todo parece indicar que es un asesino en serie. La responsabilidad del asesino es indiscutible. ¿Y la responsabilidad del Estado?