Imaginemos un mundo en el que se hable un solo idioma. Una lengua válida para todo y para todos. Un lenguaje a través del cual se expresen sentimientos y percepciones sin distingos de tipo geográfico, social ni cultural. Si tal fuera el caso y si de ti dependiera la escogencia de ese idioma universal, ¿elegirías el español? Cada vez es más frecuente escuchar y leer expresiones anglosajonas en personas de habla hispana, sabiendo que las nuevas tecnologías y la globalización han traído consigo tantos términos de naturaleza inglesa, a tal punto que en algunos casos resulte casi imposible no emplear anglicismos. Aun así, al menos en los países de habla hispana, el español ―o la segunda lengua con mayor número de hablantes en el mundo―, lejos de ser descartado, debería ser defendido.
«Las lenguas, como los pueblos, rara vez viven aisladas», dice Francisco Moreno Fernández en su libro ‘La maravillosa historia del español’, para explicar cómo este se ha nutrido de múltiples lenguas, en lo que él llama «un intercambio sin fin». Tan cierto es eso que en Hispanoamérica hablamos un idioma mestizo que se alimenta de todo lo que encuentra a su paso, como bien se nutrió de nuestras lenguas indígenas desde 1492.
Sin embargo, el que el español sea libre y esa libertad sea precisamente la que lo transforma, no quiere decir que debamos anularlo y reemplazarlo por el inglés, esa lengua de origen germánico que seduce a tantos, en su mayoría, por presión social, por tendencia, por moda o por una especie de complejo estúpido que subvalora al idioma en que Miguel de Cervantes Saavedra narró la épica historia de ‘El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha’, la obra no religiosa más vendida y leída en todo el mundo.
La lengua española vive en más de quinientos cincuenta millones de hablantes en los cinco continentes, un número lo suficientemente diciente como para considerar su fuerza y su valor. Entonces, ¿por qué preferimos escribir ‘team’, antes que “equipo”; ‘makeup’, antes que “maquillaje”; ‘OMG’, antes que “Dios mío”; ’owner’, antes que “dueño”; ‘food’, antes que “comida”, o ’mom’, antes que “mamá”?
Como hispanohablantes, nuestra misión debería ser enriquecer el idioma, mas no reducirlo o empobrecerlo. De algún modo, cada vez que preferimos hablar o escribir en inglés ―siendo conscientes de que el español es la lengua materna de quienes nos escuchan o leen―, achicamos nuestro idioma, en tanto que lo hacemos a un lado. Por otra parte, está el ‘espanglish’, esa modalidad del habla en la que se mezclan elementos léxicos y gramaticales del español y del inglés, que es apenas comprensible en los grupos hispanos situados en territorios de habla inglesa, que emplean ese estilo porque navegan en ambas aguas.
Si bien el ‘espanglish’ representa y reafirma la identidad de los latinos en Estados Unidos, por ejemplo, ¿por qué habríamos de practicarlo en Colombia? Pensemos en la necesidad de hablar cada vez más y mejor la lengua en la que aprendimos a expresarnos desde niños; y seamos como las aspas de los molinos de viento del Quijote que, volteadas al viento, hacen andar la piedra del molino. ¡Hagamos andar al español!
@cataredacta