El martes 25 de febrero de 2020, Barranquilla le dijo adiós al Carnaval en medio de lágrimas y sonrisas que en víspera del Miércoles de Ceniza cerraban la fiesta de cuatro días en la que se vive una sensación colectiva de abandono a la tristeza y comunión con la alegría. Ese día, de seguro, no hubo ni una plañidera que alcanzara a adivinar con su llanto fingido y alegre que, tras su muerte, Joselito, el mito convertido en hombre parrandero, tomador y mujeriego, no volvería a vivir en 2021, que no regresaría después de un año, como de costumbre.

“¡Ay, Jose, ¿por qué te fuiste?!”, coreaban sus viudas más fieles, hombres y mujeres vestidos de luto con labios color carmín, ante la inminente partida de aquel personaje llamado como el padre de Jesús, esposo de María, y apellidado en honor al que fuera su más grande amor: el Carnaval. Joselito Carnaval, como el sol, nacía en las carnestolendas y se ocultaba con ellas, muriendo y resucitando no como el hijo de Dios, para la vida, sino más bien para la fiesta eterna.

Pero este año, el temerario trotamundos que nadie ve ni quiere conocer le impidió volver y encarnar como un feliz renacido la tan misteriosa idea del eterno retorno de Nietzsche. En 2021, con más de dos millones de muertes en el planeta a causa de esa agresiva enfermedad viral, la humanidad ha sido presa de la letalidad con que abrazan los demonios, con una fuerza capaz de cercenar la vida para luego convertirla en cenizas.

Como el de Barranquilla, el Carnaval de Venecia (en Italia) tampoco fue. El de Mardi Gras (en Nueva Orleans) corrió con la misma suerte. Así también, el de Río de Janeiro (en Brasil)… y la lista es extensa. Las máscaras de los tantos carnavales que solían celebrarse alrededor del mundo fueron reemplazadas por tapabocas. Y el colorido y la vivacidad de las festividades se transformaron en búsqueda de consciencia frente a la odiosa peste de la primera mitad del siglo XXI, que nos obliga a estar en casa, ese lugar considerado apenas seguro.

Carnaval proviene del latín medieval ‘carnelevamen’, que significa “quitar la carne”, lo que hace alusión a la época de fiestas bulliciosas que antecede a la cuaresma y su ayuno. Ni para Joselito ni para nadie este fue el año de salir a la calle y bailar en el carnaval, esa festividad que, aun siendo tan distintos, nos hace parecer tan similares; ese hada con el poder de convertir al pueblo en un cardumen de carcajadas que danzan en el océano de la vida; esa suerte jocosa y enmascarada que por unos días nos disfraza de seres despreocupados, ligeros de dolor, de angustias y de penas.

Joselito, símbolo del principio y el fin del goce, no resucitó este año. Con él se quedó la fiesta, esa válvula de escape que supone la destrucción temporal del orden y de la rutina. Y con él se quedó también la muerte, esa que hace pensar en el comienzo de otra vida o en el aniquilamiento del todo. ¿Qué pasará en 2022?, ¿ya habremos despertado de este sueño extraño y difícil que aún no acabamos de comprender? A lo mejor la respuesta vendrá con la esperanzadora vacuna, y solo así, cual hijo pródigo, Joselito retorne el otro año.

@cataredacta