El pasado sábado la ciudad llegó al clímax del fervor que precede a la fiesta de la madre. Aunque el origen de la celebración data de 1865 tras una convocatoria de reconciliación social que atendieron las madres afectadas por la guerra civil –cruento episodio que, no obstante, fue crucial para el futuro de los Estados Unidos–, fue en 1914 que se hizo oficial el reconocimiento al ser en cuyo cuerpo se concreta el asombroso milagro de la vida, y llamado a formar los individuos correctos y felices que tanto requiere la sociedad. Sin embargo, quizá pocos de los entusiastas forjadores de esta iniciativa habrían podido sospechar que el homenaje acabaría por convertirse en una especie de feria comercial alrededor de esa figura, tan primordial como compleja, que bien retrata el sugestivo título del libro de un escritor mejicano: “Madre, si volteo a verte soy yo quien regresa al Hades”. En todo caso, es usual que en el mes de mayo afloren sentimientos de adoración hacia esas mujeres que prodigaron cuidados y formación, aunque a juzgar por las cosas que se ven hoy el mundo, algunas estén lejanas de merecerlos.
En ese contexto, el sábado 11 de mayo la ciudad se vio tomada por la euforia mercantil desde temprano, y los ámbitos predilectos de consumo, los grandes centros comerciales, también desde muy temprano fueron colmados por una ansiosa multitud que buscaba en ellos una manera de demostrar sus afectos.
Numerosos testimonios confirman que ese día, y debido al flujo exagerado de vehículos, en los parqueaderos del Centro Comercial Buenavista II se vivió un verdadero infierno. Automóviles procedentes del sótano dos tardaban casi una hora en alcanzar la salida, mientras familias enteras, además del calor dantesco que reinaba en el lugar, debieron soportar estoicamente los gases contaminantes emitidos por los vehículos. Explican los afectados que, si bien la administración dispuso personal para agilizar la operación, y levantaron la barrera de control de la salida para evacuar más rápidamente, al alcanzar la única puerta hacia la calle los conductores se encontraban, además, con un embotellamiento originado en los semáforos. Un caos espectacular, una aventura truculenta, pero, sobre todo –quienes vivieron la experiencia lo pudieron percibir– un peligro inminente.
Poco tiempo después –el domingo en la noche cuando el río de amor filial ya había sido desaguado y la gente descansaba en sus hogares– ocurrió el voraz incendio en el cuarto piso del mismo centro comercial. Quizá en consideración al sinnúmero de madres que han cumplido cabalmente su misión, los dioses no permitieron que el fuego se encendiera unas horas antes o en los citados parqueaderos, porque habría sido una tragedia de proporciones gigantescas; pero ante los hechos, hay dos cosas que es imperioso denunciar: la escasez de ventilación, y de salidas de emergencia que, ante cualquier contingencia, hacen de la zona de parqueo una trampa mortal.
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