Colombia no es hoy día un país atractivo para que inversionistas o empresarios del mundo que viven explorando donde colocar su capital, vengan a buscar nuevos horizontes, a expandir su producción, utilidades, rendimientos, incluyendo los aspectos de la responsabilidad social que ha tenido un buen avance en la mentalidad mercantilista de la época moderna. Solamente en los campos del turismo, los deportes, la cultura se observa una óptica mayor de atracción donde esos inmensos capitales de la infraestructura de la producción en el mundo, rodantes por el globo auscultando rincones donde aposentarse, pueden salvar a nuestro país de dar una bienvenida a los forasteros del dinero.
El turismo es un filón que se desprende sin angustias hacia un futuro promisorio. Así lo niegue recientemente un amigo capitalista de la actividad asentado en Europa que nos manifestó: “Teníamos el propósito de analizar un estudio de factibilidad para nuestra cadena hotelera pensando en invertir en Bogotá y Cartagena para comenzar, pero con tanta fluctuación en el panorama tributario, con tantas variaciones, continuas en el componente intuitivo de la rentabilidad, sinceramente nos da bastante temor.” Y es lógico, porque no hace más de cinco años se otorgaron por los gobiernos de turno exenciones en impuestos para inversiones en este ramo de la economía y ahora la nueva reforma tributaria esas exenciones desaparecen. En el campo del deporte y la cultura se observan casos similares donde se promete el atractivo y poco después se cambia la estructura de lo aprobado.
Este tema es difícil de digerir, pero es la verdad. Si a todo ello sumamos la inseguridad, la impunidad reinante en todos los niveles, una corrupción en prácticamente todas aquellas actividades que tengan que ver con dinero, el panorama no es nada atractivo. Y que no se nos tilde de pesimistas que es la rampante respuesta que nos endilgan a los comentaristas cuando tocamos éstas sensibles fibras de la realidad colombiana. No; es un aterrizaje en una cotidianidad que la vivimos a diario y que no podemos ocultar. Si en otros países también existen estas lacras, por lo menos en ellos vislumbramos esfuerzos y resultados por mejorar las cosas, los ambientes, las satisfacciones. Pero entre nosotros mientras más agudizamos la vista y el oído más hundido nos vemos en el estiércol de la corrupción que llega hasta nuestros más profundos sentimientos.
Obviamente el inversionista que se atreve a traer su capital para generar producción es un audaz temerario, o un aventurero o me disculpan los lectores, también viene dispuesto a financiar con su aporte las vagabunderías de lo que se atraviese por delante. La prueba de todo lo anterior lo estamos observando a cada momento en las noticias internacionales de capital y dinero. Escudriñando un poco preguntamos por qué en determinado país de América Latina llegó como razón social, alguna multinacional gigante y famosa y por qué no llega hasta nosotros. Y aun cuando parezca insólito México en la década pasada vivió una situación muy parecida y hoy día quizás por un milagro que no nos explicamos, pero si sospechamos, ha recibido un fuerte caudal de inversionistas que estaban en fila esperando los cambios. Blanco es y gallina lo pone. Una última acotación: ¿que decimos de las 7 reformas tributarias presentadas por los gobiernos en los últimos 5 años?