Es inevitable que a veces los columnistas de opinión nos tengamos que volver monotemáticos y regresar a subrayar insistentemente lo que en épocas semanas o meses atrás expusimos en la prensa. Hoy este designio se convierte en realidad cuando con un asombro sin igual estamos apenas digiriendo la nefasta noticia del EL HERALDO este pasado domingo 11 de agosto, repicado con alarma por muchos medios de comunicación de Colombia, donde se señala que más de mil expedientes fueron engavetados hace unos años en el Juzgado Quinto Penal del Circuito de Barranquilla, para que los procesados y condenados no pagaran sus penas, nunca las pagaron, quedando impune para siempre por la vía de la prescripción delitos debidamente comprobados.
Verdaderamente quedamos en un grado de estupor del cual no hemos salido ni creemos que saldremos en muchísimo tiempo. Porque como bien lo dijo el editorialista ese mismo día es increíble, absurdo, intolerable que un país haya llegado tan profundo en la podredumbre moral y jurídica en donde hemos llegado nosotros. Nos causa tanto dolor como ciudadanos y como profesionales de las ciencias jurídicas ver el abismo tan grande de la cloaca que se abre al descubrir ese pozo de los infortunios que es mejor mirar para otro lado para que la depresión, la desilusión, la rabia, no dominen nuestras horas.
Lo que no alcanzamos a comprender francamente cómo es posible que llevamos tantos años en el Congreso Nacional intentando una reforma a fondo de la justicia y hayamos podido fracasar en el intento decenas de veces. El país tiene años de estar escuchando los proyectos de Ley que se presentan, algunos muy completos, otros regularmente diseñados, y es increíble como uno tras otro la ceguera y los interese inconfesables de los congresistas los aniquilan en el camino. Desde luego que hay excepciones y es justo reconocer, por ejemplo, que la bancada de la Costa Caribe casi toda siempre se ha distinguida por darle un gran impulso a estos proyectos. La verdad hay que decirla: la mayoría de nuestros congresistas antiguos y nuevos le han metido el hombro a este impulso en comisiones y plenarias, pero también hay que decir con franqueza que en el resto de país abundan quienes se visten de parlamentarios pero en la piel se les marca el tatuaje de la corrupción.
Hoy el país sigue estupefacto ante este descubrimiento siniestro, pero pasará el escándalo, el dolor y la sorpresa y todo será igual. ¿Cómo podemos entonces los 43 millones de colombianos pedir que el país progresa, que avance, que se enderece si nadamos entre un mar de odios, polarización del egoísmo y el pozo séptico de una justicia que es la hermana íntima de la corrupción y el delito? ¿Cómo no perder la confianza y la le en las instituciones? ¿Sabemos lo que es un país sin la percepción de credulidad en sus más sagradas instituciones? ¿Cómo podemos evitar los linchamientos frecuentes, la justicia por la propia mano si los llamados a defendernos huelen a podrido? Afortunadamente, como una luz al final del túnel ha llegado a la cabeza del Ministerio de Justicia la más eminente y profesional de las juristas, la doctora Margarita Cabello, de quien tanto nos sentimos orgullosos. ¿Será que su ejemplo y dinamismo pueden ser la varita mágica que despierte el sentido del honor a la justicia que tenemos ahora?