Nuestro país tiene un gran cofre donde guarda sus tesoros, algunos de ellos muy antiguos según estudiosos, otros más recientes en opinión de catedráticos. La verdad es que la historia que es la más sabia nos dice que llevamos doscientos años preservando estas maravillas. ¿Cuáles son esos tesoros? Pandemia, desempleo, pobreza; miseria, donde no comen tres veces al día el 38 % de su población; quiebras comerciales e industriales, inseguridad alarmante, agitación social con vandalismo, bloqueos, muertes producidas por demencias colectivas, corrupción en todos los niveles, narcotráfico intenso y voluminoso, expansión de cultivos ilícitos, guerrillas interminables, criminales ostentando la calidad de senadores de la República, rebeldes reductos de la Farc que delinquen a diario; Bacrim, la moderna sigla de los amos del crimen, una justicia muy coja que perdió credibilidad, saturación de cárceles.

¡Qué bello espectáculo! Que hermosura de tradición, de historia, de ejemplo para nuevas generaciones, de estímulos para seguir buscando un futuro. ¿Es esto realmente lo que somos? Lo que mostramos al mundo? ¿Cómo hemos podido o podemos vivir así? ¿Si hay de verdad un camino, todavía, por recorrer o ya se cerraron todos? ¿Es pésimo razonar así y darle la espalda a la cruda realidad? ¿No es esto mismo lo que decía de su país Betancourt cuando asumió el poder en Venezuela o igual lo que afirmaba De Gaulle cuando entró a París después del triunfo de los aliados?

Pero no podemos negar que a diario vemos, sentimos, olemos, tocamos, vivimos estas realidades. No es que otros países del mundo no las perciban o vivan de alguna manera, pero salvo algunos vecinos latinos, por ejemplo, no son muchas en el mundo las naciones que experimentan a diario este terremoto habitual.

Aun así siempre nos aparece, a miles de colombianos igualmente, la contraparte de la vida, la Ley de las compensaciones, lo que Russell llamó “el equilibrio no solo de las cosas materiales, sino de los estados mentales”. A cada momento nos aferramos a la idea de que frente a tantos males fatales hemos no obstante podido avanzar a través de los años, en muchos aspectos, de una forma positiva y de un modo peculiar, porque hemos vencido la adversidad cientos de veces, nos hemos sobrepuesto a la ignominia millones de ocasiones y ahí ha estado el colombiano íntegro, la inmensa mayoría, haciéndole frente a la adversidad sin más armas que su talento, su dinamismo, su fuerza avasalladora que no conoce límites. Por eso la industria, el producto económicamente rentable desde todos los rincones, permite y lo ha permitido por años el crecimiento y la solidez. Se deterioran las conductas, pero la voluntad de seguir se impone. Es lo que los filósofos de hoy día llaman Resiliencia, que es reponerse, levantarse cada vez que nos caemos, es volver a comenzar. La pregunta básica de hoy es: ¿Cuántos años más tendremos el vigor para seguir aguantando y la fuerza para poder seguir construyendo? ¿Si saldremos adelante algún día?