Cada cierto tiempo –esto tiene más de veinte años– cada vez que se acerca un campeonato de fútbol internacional en donde tenga que participar la Selección Colombia por haber ganado en competencia abierta o por haber sido designada por cualquier otro procedimiento, aparece en los medios de comunicación una frase más o menos parecida a esta que se ha convertido en verdad irrefutable: “Barranquilla, confirmada como sede de la selección”, o “Barranquilla, ratificada como sede del próximo campeonato”. A renglón seguido, las declaraciones de altos jerarcas del fútbol rentado que ratifican las calidades de la ciudad para ser mantenida como sede permanente, inmutable, incambiable, fortalecida, solidificada, de la selección de mayores que tantas satisfacciones nos ha entregado a los colombianos.

Afortunadamente tenemos desde hace varios años a la cabeza directiva de estas organizaciones al doctor Ramón Jesurum, enérgico, tajante, incontrovertible, barranquillero de alma y sombrero, que sale al quite inmediatamente que asoma algún rumor, generado siempre en Bogotá, de que la sede del campeonato esperado podría irse a otra capital. Este cuentecito tiene muchos años, no obstante que en múltiples oportunidades los resultados deportivos de la selección en nuestra ciudad son demostrables, que la competitividad de la ciudad ha sido puesta a prueba, que mantiene sus exoneraciones en impuestos, que esta ‘construyendo la más moderna sede deportiva exclusivamente para que la selección siempre se sienta en su casa y que directivos, técnicos y jugadores no se cansan de manifestar su satisfacción porque nuestra ciudad sea la sede permanente. Para no mencionar el calor deportivo y humano que despierta la hinchada propia, la local, ampliamente demostrado.

Pero Bogotá no descansa en insistir, siempre soterradamente, en buscar la manera de llevarse para allá la sede de la selección. Por ello Jesurum y directivos, técnicos y jugadores siempre tienen que estar dando declaraciones que ya tienen un sabor a aburrimiento permanente por la jartera de estar eternizando. Pero Bogotá es así. Siempre por debajo de cuerda, actuando siempre en la sombra, con sigilo, con la hipocresía usada como llave de la sonrisa mentirosa. Así se han querido llevar siempre para donde ellos el Concurso Nacional de la Belleza de Cartagena, pero primero doña Tera y después Raimundo los han tenido que plantar en seco. También alguna vez pretendieron llevarse para la meseta el festival Vallenato –un verdadero exabrupto– pero los cesarenses y toda Colombia hicieron un plante ejemplar. No han podido llevarse las fiestas del mar de Santa Marta porque no tienen mar para bienaventuranza de don Miguel Antonio Caro, quien manifestó no querer nunca conocer el mar porque le aburría. Y así, en fin, decenas de veces Bogotá ha pretendido, en su asfixiante centralismo mental, que tanto traducen en presupuestos y atos de gobierno, robarnos realizaciones propias ganadas por méritos y tradición, para después dizque invitar a toda Colombia para que participemos, pero con ellos al mando, como diría Serpa: ¡Mamola! Aun así tenemos siempre que estar alertas en toda manifestación de éxito de la Costa Caribe, cultural, deportiva y económicamente hablando, porque el enemigo, así subrayado, el enemigo siempre estará al acecho.